Es admirable cómo ha resistido Theresa May estos meses de inquietud por el futuro de Gran Bretaña en la Unión Europea. Su liderazgo ha estado siempre en entredicho, más todavía después de haber pasado la vergüenza de perder la amplia mayoría de su Partido Conservador en el Parlamento, tras unas elecciones que convocó nada menos que para reforzar su poder político.
El viernes, en Florencia, quiso dejar atrás al menos el mal rato que le hicieron pasar sus ministros, enfrentados públicamente por la forma de resolver el Brexit. Unos días antes, el incorregible Boris Johnson la desafió con un artículo en la prensa donde explicaba su posición al respecto... por supuesto que diferente a la de May y a la del hombre fuerte del gabinete, el ministro de Finanzas, Philip Hammond.
Y Theresa pasó en parte la prueba. Al menos los europeos le dijeron que sus propuestas eran "constructivas" y las estudiarían, pero sin darle el pase para negociar las nuevas relaciones, porque todavía no hay "progresos suficientes" en los términos del retiro.
La visión planteada es moderada, una salida gradual, con una transición de dos años, mientras se ponen a punto legislaciones y regulaciones, con los ciudadanos de la UE viviendo en Gran Bretaña sin temor a ser deportados y, sobre todo, con el compromiso de pagar la "factura de divorcio", como han llamado a la plata que debe desembolsar Gran Bretaña para cubrir los compromisos adquiridos hasta 2020. Parece razonable. Pero no dejará contentos a todos.
Ahora comenzarán las discusiones de los detalles. ¿Son realmente los 20 mil millones de euros ofrecidos suficientes para cubrir la "factura"? ¿Estarán dispuestos los británicos que votaron por el Brexit a seguir acatando las disposiciones de los tribunales europeos en las disputas futuras? ¿Seguirán recibiendo, estos dos años de transición, más trabajadores inmigrantes del continente sin protestar, si lo que querían con su voto era parar ese flujo? Y tanto más. Pero de mercado común, nada todavía.
Theresa May ha dicho que ella se queda en el cargo hasta el año 2022, cuando se cumpla el total del período legislativo para el que fue reelegida. Muchos apuestan a que por su personalidad y falta de carisma, y, sobre todo, por su forma dubitativa de gobernar no podrá cumplir ese sueño. Más todavía cuando las disputas dentro del gabinete están demostrando las divisiones profundas en el partido, y la incapacidad de la Premier para resolverlas. En esta rencilla, lo probable es que no se atrevió a llamar al orden a Johnson por su artículo -y hasta lo llevó a Florencia-, porque con eso daba la largada a la lucha por el liderazgo en el partido. En todo caso, esa prueba la tendrá que pasar pronto, a mitad de octubre, cuando se realice el congreso anual de los tories , un momento clave, en que los "cuchillos políticos" se afilan.
Está clarísimo que Theresa May no es como Angela Merkel. A la Canciller alemana, nada de esto le hubiera pasado.