Gabriela Alemán, nativa de Río de Janeiro, emigró con su familia siendo pequeña y ahora es una de las escritoras ecuatorianas más prolíficas y originales de su patria de adopción. Autora de ocho libros, por lo general breves, por lo general intensos, los temas que aborda son casi siempre los mismos: la historia tenaz e intrépida de los inmigrantes; la añoranza por el mundo que dejaron atrás; las traiciones que derivan en desencuentros eternos; los amores entre quienes llegaron y quienes estaban antes. Los escenarios de sus novelas - Álbum de familia y La muerte silba un blues son las más recientes- se presentan vastos, inhóspitos y abarcan espacios del continente sudamericano raras veces tratados por la novelística del presente: ríos interiores, llanuras impenetrables, parajes despoblados. Además, la prosista invariablemente juega con la cronología y lo hace de modo muy arbitrario. Así, pese a la concisión de sus textos, ellos abarcan períodos que se extienden desde comienzos del siglo pasado hasta la era digital, con resultados harto desiguales y a veces confusos: el lector que desconoce el pasado de los lugares donde sitúa sus intrigas puede perderse en una maraña de acontecimientos imposibles de comprender.
Humo , su último título, es una obra interesante, en parte lograda, concebida en una prosa que en sus mejores momentos es precisa, pero que posee variaciones que van de la descripción naturalista hasta el tono poético, de la introspección subjetiva a la exposición brutal de sangrientos episodios. Tal como sus otras ficciones, esta muestra la predilección de Alemán por abarcar épocas muy distanciadas entre sí y cambiar el punto de vista constantemente, pasando sin transición de la primera a la tercera persona, traduciéndose todo ello en un relato que por momentos puede tener garra, si bien en otros es de arduo seguimiento.
Diecisiete años después de haberse marchado de Paraguay, Gabriela regresa a Asunción para recibir un legajo de papeles que le ha dejado su amigo Andrei. Está vieja, cansada, achacosa, necesita un bastón para caminar y es recibida por una serie de personas que aparentemente la esperaban, aun cuando dan señales inequívocas de que su llegada les es indiferente. En lo sucesivo, Humo transcurre en medio de las peripecias de Gabriela en la capital paraguaya, que son difíciles, un tanto violentas y bastante brumosas, y el pasado remoto que evocan los papeles de Andrei, los cuales se remontan a la Guerra del Chaco (1932-1935), librada entre las dos únicas naciones mediterráneas de Sudamérica, o sea, Bolivia y Paraguay. El conflicto se caracterizó por los centenares de miles de bajas en ambas partes, por la gran cantidad de heridos, mutilados y desaparecidos; por los distintos tipos de enfermedades, tanto físicas como psicológicas, que iban surgiendo y por la pérdida de 110.000 km {+2} de Paraguay; a saber, la cesión de una cuarta parte de su territorio a Bolivia en una zona a orillas del alto río Paraguay. A más de 80 años de la contienda, el trauma sigue vigente y se ha transmitido sin mitigaciones a las sucesivas generaciones de paraguayos.
En Humo, este panorama bélico ocupa la parte central del volumen, aun cuando es visto desde la perspectiva de tres extranjeros, que poco o nada entienden lo que pasa. Ellos son el mencionado Andrei, de origen ruso y de profesión médico; Palamazczuk, polaco que también es doctor, de quien solo sabremos su impronunciable apellido, y Ladislao Biró, el inventor del lápiz pasta, llamado birome por argentinos, uruguayos y paraguayos. Ladislao pronto desaparece del teatro de operaciones para partir a Estados Unidos, donde patenta el prodigioso artefacto, que se comienza a fabricar en millones de unidades. Mientras tanto, Andrei y Palamazczuk trabajan en un leprosario en condiciones paupérrimas, con recursos económicos mínimos, atendiendo a personas de quienes todos huyen por el desconocimiento de ese mal, la lepra, que erróneamente se suponía contagioso. Tanto es así que a las madres les quitaban los hijos por temor a la plaga, siendo transportados a colonias en Buenos Aires, donde se criaban sin sus familias y bajo un sistema cruel, inhumano y degradante.
Palamazczuk fue el primero que introdujo la sulfa, medicamento que probó ser eficaz en el tratamiento de esa dolencia, pero al poco tiempo tanto él como Andrei se dan cuenta de que esa y otras drogas, así como el resto de los elementos sanitarios, se les van a agotar. Andrei concibe un plan que hoy nos podría parecer fantasioso, por más que él lo vislumbre como una alternativa perfectamente viable para mejorar su situación financiera: introducir ñandúes, los avestruces de la zona rioplatense, para reproducirlos y formar una industria que les servirá como alimento y eventual forma de exportación de plumas y carne. Para llevar a cabo su proyecto, se hace acompañar de varios lugareños, entre ellos un niño de madre leprosa, y se interna en la jungla habitada por serpientes, plagas de insectos, roedores implacables, panteras asesinas y toda clase de animales contrarios a la presencia humana. Por si fuera poco, los enfrentamientos armados han devastado la región y debe asistir a los poquísimos sobrevivientes de un avión que aterriza fuera de la pista y se hunde en la devoradora ciénaga.
Humo sería una buena novela si hubiese sido más ceñida y tal vez construida en forma menos difusa. Tal como quedó, es sugestiva, aunque le falta cohesión.