Dentro de los escasos programas destacables que dejó la anterior administración de CHV está este, "El cubo". Formato adaptado de la televisión española ("La caja deluxe"), que allá se presentó con la ambiciosa promesa de ser un psicorreality, acá se acotó a la más accesible oferta de revelar "secretos entre cuatro paredes".
El eventual efecto terapéutico es evidente: no es fácil entrar en un espacio donde cada uno de los muros que te rodean es una pantalla gigante sobre la que irán desfilando imágenes de sus pasados, testimonios de sus cercanos, y también cuestionamientos de sus críticos. Más allá del narcisismo evidente que hay al aceptar una invitación así, también existe el riesgo de que lo proyectado y, particularmente, el significado que le es atribuido por el protagonista sea más revelador de lo que él mismo imaginó. Lograr el efecto del Test de Rorschach es a lo que los creadores de "El cubo" quisieron aspirar.
El problema acá, sin embargo, es que el carácter mediático de la gran mayoría de los invitados dificulta esa revelación; y cuando las hay, sus caracteres curtidos en vidas enteras de polémicas hacen que las reacciones sean menos genuinas o el insight más superficial.
Pero así y todo, parte del objetivo siempre se cumplirá; cada gesto dará luces de quién está sentado en ese lugar. Frente a la foto de un ofensor, Patricia Maldonado lanzará un manotazo al aire y exigirá que la retiren, mientras que Erika Olivera mantendrá la calma y fríamente relatará cómo trató de acabar con su abusador con un ingenuo plan para asesinar. Otros darán más rienda suelta a su interioridad, ya sea abiertamente, como Marcelo Díaz, reconociendo cuánto le cuesta superar el suicidio de un hermano, o adaptativamente, como Gloria Benavides, diciendo lo bien que vivía su familia cuando ella era el sostén económico a los 9 años de edad.
La desprejuiciada, sensible y a ratos chispeante conducción de Diana Massis es un gran catalizador para lograr los mejores momentos de "El cubo". Pero, sin duda, lo más importante es el trabajo de producción que se hace antes de recibir al invitado en el set. Las historias de vida de Benavides y Díaz fueron documentadas con testimonios y fotografías para proyectar. Sin embargo, en otros casos, como el de los dimes y diretes entre Raquel Argandoña y Paulina Nin, faltó exhaustividad para conseguir las fuentes documentales que probaran que lo que una alegaba que había dicho la otra en una revista era verdad.
"El cubo" tiene un potencial que va más de ser una caja de resonancia de viejas querellas entre famosos. Saber qué mueve a Pamela Jiles a adoptar a una pareja de hermanos que vivían en el Sename o cómo Jordi Castell ha lidiado toda su vida con la ausencia del padre son nuevas formas de conectar con la celebridad. Otra alternativa, claro está, es tratar de ampliar el espectro de invitados más allá del deporte y la televisión (un dato: en la producción ejecutiva está Guillermo Muñoz, señero responsable de lo que décadas atrás fue "De pé a pá").
A menos de un año desde su debut, en noviembre pasado, con dos temporadas y 17 capítulos ya emitidos, "El cubo" se ha instalado como un espacio que efectivamente cumple lo que promete: hacer revelaciones. Hacer que los contenidos revelados sean más significativos que el mero eco de una polémica entre celebridades es un buen desafío para esta producción.