Los resultados preliminares del último censo arrojaron que un poco más del 40% de la población del país se concentra en la Región Metropolitana. El censo anterior ya permitía estimar que un 87% de los chilenos vive en ciudades. No es novedad. La urbanización, como proceso creciente e irrefrenable, acompaña a la humanidad desde su desarrollo más incipiente. Pero, a la luz de estas cifras, es necesario recordar para qué hacemos ciudades y por qué decidimos vivir en ellas.
Primero, para poder protegernos los unos a los otros. La necesidad de asociarse para hacer frente a los enemigos llevó a las comunidades a organizarse para construir las primeras y más elementales obras públicas: los muros defensivos. Luego, nos pusimos de acuerdo para hacer sistemas hidráulicos, puentes, redes de caminos. Nos volvimos ciudadanos de una cultura y civilizamos así el territorio en un proyecto colectivo.
Nos quedamos en las ciudades porque reconocimos allí elementos culturales comunes. No ya lazos familiares y tribales que forzaban nuestra sociabilidad, sino la libertad de asociarnos con los distintos. La ciudad es el lugar de una cultura que se construye mediante un acuerdo social. Por eso, en ellas decidimos poner a nuestros dioses, dejar a nuestros muertos y erigir los símbolos de nuestra historia. Lo que no podemos llevar en nuestra trashumancia por el mundo se queda en las urbes, en donde identificamos los lugares de nuestra memoria.
Y, finalmente, hicimos ciudades para hacernos más ricos, para poder intercambiar los excedentes y obtener diversidad de productos. Las ciudades fueron la tierra de las oportunidades y en ellas se inventaron los oficios, las ciencias y las artes.
Pero fallamos en nuestro proyecto humano cuando hacemos de la ciudad y su suelo el bien de intercambio. Cuando permitimos que la especulación segregue y desintegre el espacio de la sociedad. Cuando dejamos triunfar a la alienación y, en vez de protegernos, desconfiamos y nos tememos. Cuando expulsamos a los distintos y dejamos de construir una cultura común. Somos nosotros los que hacemos las ciudades.