Esta novela de la escritora colombiana Margarita García Robayo, de quien ya conocíamos la excelente selección de su obra (cuentos y una novela corta) que publicó Montacerdos en Chile (
Usted está aquí, 2015), se aleja de su país natal, aunque los latinos (colombianos, mexicanos, argentinos) sigan de protagonistas de una historia ambientada en Estados Unidos. La trama gira en torno a un tema recurrente, tan viejo como la historia de la institución matrimonial: cómo se diluye el amor, cómo se degradan las relaciones, cómo comienzan a asomar, insidiosos, el hastío, la rabia, la violencia, cuando las parejas no son capaces de afrontar los cambios que inevitablemente ocurren. A ello se suman más notas ya características en la narrativa de García, una de las escritoras que han explorado con mayor agudeza lo que rodea aquello tan elusivo de la identidad latinoamericana -cómo se afirma, cómo se pone en juego-, y, tal como señalé en la reseña de su anterior libro, el destino de las clases medias, residentes y migrantes, en el ámbito caribeño. Y, a fin de cuentas, el Caribe son los caribeños, aunque estén en New Haven o en Miami. Por ahí circula el matrimonio de Pablo y Lucía, sus hijos mellizos, Rosa y Tomás, sus vecinos argentinos, los padres de Lucía, las alumnas de Pablo en un colegio de aquellos que "pretendían favorecer a la comunidad hispana. Todos los chicos hablaban español. Inglés también. Pero mal. Ambos idiomas terriblemente mal".
Esa doble pertenencia (o doble ausencia) atraviesa, de alguna manera, el desarrollo de la novela, los desencuentros, las asperezas, el Holiday Heart que sufre Pablo, una patología derivada del "consumo excesivo de alcohol, carnes rojas, sal, grasa saturada y algunas drogas", así como la especial y estrecha relación de Lucía con sus hijos, hijos tardíos, que parecen absorber algo más que la natural vocación maternal. Ello forma parte del tejido de la novela, cuya trama no es lineal y que va descubriendo al lector ese agobio incontenible que resulta del hallazgo de que quien te ha acompañado por 19 años es, finalmente, un completo extraño, alguien a quien no conoces, alguien cuya cara, incluso, te resulta poco familiar. La autora perfecciona aquí un estilo de particular precisión, un lenguaje que denota la notable cantidad de recursos literarios que puede utilizar para ahondar en ese "tiempo muerto", donde lo que parecía ser lo más importante termina disuelto. "Horas vacías. Puñales ardientes. Criadero de vicios. Caimán muerto".