Andrea Arnold, una de las más interesantes directoras británicas del panorama actual, se zambulle en "Dulzura americana" ("American honey") en lo que hemos dado en llamar 'la América profunda', el EE.UU. menos cosmopolita y educado.
Más específicamente pone foco en un grupo de jóvenes marginales -lo que allá se conoce despectivamente como
white trash-, que no caben en esas categorías que abundan en boca de conferencistas y charlistas TED: Millenials, X o Z. Pero que sí pueblan este mundo.
Los personajes de "Dulzura americana" podrían encasillarse en una suerte de tribu urbana, solo que ninguno de ellos se parece en nada al otro en ese elocuente lenguaje que es el vestuario y las formas de definir los cuerpos (peinados, pinturas,
piercings, tatuajes).
Star (Sasha Lane) solo tiene que cruzar miradas con Jake (Shia LeBeouf) en un supermercado para decidir sumarse a la tribu. Lo que deja atrás no es su vida, porque en realidad, no la tiene. Star, a sus 18 años, se ha hecho cargo de responsabilidades que no le corresponden, ni por su edad ni por opción.
Este agregado social al que se une, comparte, sí, algunas pocas aunque esenciales características: por ejemplo, todos ellos han optado, sin pensarlo mucho, por ser nómades, viviendo el día a día sin preguntarse qué les depara el destino. Se divierten cantando a Rihana, Springsteen, Lady Antebellum, bailando, tomando cerveza, fumando, haciendo fogatas, compartiendo drogas. Y siguen, rigurosamente, las más o menos sencillas reglas de su también joven líder.
No. No conforman una secta. Lo que los reúne no es una búsqueda espiritual: todos ellos trabajan bajo las órdenes de Krystal (Riley Keough) y van de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, vendiendo suscripciones de revistas improbables.
Más que ir en pos de algo, cada uno de ellos está huyendo de una vida que no tiene nada que brindarle. Y en estos minibuses en que recorren las carreteras del país se comportan como niños revoltosos en paseo escolar. Allí se sienten cómodos y alegres. Arrastran heridas que, si se asoman, apenas afloran en algunas confidencias breves que de repente comparten.
Krystal, "la jefa", solo un poco mayor que ellos, muy aspecto
trasher tendrá, pero sabe muy bien quién es quién en este, su equipo; qué hacen y qué dejan de hacer. Es astuta e inescrutable, los deja hacer sus niñerías y les permite sentirse a sus anchas en esta suerte de escuela sin reglas a las que ceñirse... Siempre que sigan la ruta indicada y lleguen con los dólares de las suscripciones.
Andrea Arnold filma como si se tratase de un documental, un docu-reality de 2 horas 43 minutos de duración, siguiendo y observando a estos adolescentes en su ir y venir. Su cámara va de los planos generales a la intimidad de los chicos en los minibuses; de las explanadas en que sus protagonistas aparecen como maleza del camino, a los interiores de moteles y casas; de las miradas inquietas de Star a ruidosas y populosas fiestas. Y se mueve a ese ritmo impreciso, ingrávido, de estos adolescentes sin raíces. Ni Star, ni Jake ni los demás tienen destino, ni lo buscan. Tampoco -a excepción de Star- sabemos mucho de su origen.
La destreza de Andrea Arnold reside en su capacidad de desgranar una historia que -como estos chicos- no parece tener un rumbo preciso y, con ello y sus singulares protagonistas, ir instalando constantemente tensiones dramáticas tan simples como vívidas.
Los adultos con que interactúan -una fauna muy diversa-, al final de cuentas y en lo profundo, no son más maduros ni responsables que ellos.
Lo que hace Arnold es dejarlos ser y, como una antropóloga, con ello construye un retrato de estos seres desarraigados, frágiles, que siguen jugando como los niños que, en parte, siguen siendo. Aunque no tengan idea de dónde está el camino de regreso a casa porque, quizás, esta no exista, en realidad. Y todo su instinto gregario solo puede volcarse aquí.
"Dulzura americana" es un interesante ejercicio de narración cinematográfica inclasificable y anticonvencional y una mirada aguda a esos seres humanos que parecen sobrar porque su mundo no les ha dejado espacio.
Para cinéfilos.
(En Netflix. En tienda Fílmico, Paseo Las Palmas).