El cliché "Chile es un país de poetas" esconde una verdad compleja y difícil de desentrañar. Pero, como sea, se trata de un elemento que atraviesa desde la Colonia nuestra titubeante y escurridiza identidad como pueblo. La voz del poeta -no pocas veces ignorada o tratada con indiferencia- es como una suerte de coro griego que podemos escuchar como un fondo constante y principal de nuestro acaecer. Chile puede ser considerado, así, como un diálogo ininterrumpido -pero arduo- con una poesía que nos inquiere, canta, rememora y sacude.
Actualmente, hay 10 o 15 poetas nacionales integrando ese coro donde destacan figuras como Nicanor Parra, Armando Uribe, Elvira Hernández, Claudio Bertoni, Omar Lara, Tomás Harris, Carmen Berenguer, Óscar Hahn, Manuel Silva Acevedo y Elicura Chihuailaf, para nombrar solo a los más reconocidos.
Esta semana el prestigioso Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, que se otorgaba en su versión número 17 por la Universidad de Talca, recayó en el poeta chileno Raúl Zurita. Tuve el honor de integrar un jurado que deliberó durante tres días y en el cual yo era el único chileno. Entre los nombres postulados, por cierto, figuraron inicialmente otros autores iberoamericanos, que tenían también méritos más que suficientes para llevarse un galardón dotado con 50 mil dólares.
La figura de Raúl Zurita, sobre todo a partir de la obra de su último período, construida en torno a poemarios como "INRI" y "Zurita", acciones de arte como la que realizó en Kochi, India, llamada "El mar del dolor", y vigorosos ensayos, propone insistentemente un pensar y poetizar que escarba con fuerza en la trágica continuidad que se da entre el dolor personal y el colectivo, el sufrimiento nacional y el que jalona la historia de todos los pueblos. Somos miembros de una comunidad del dolor cuyo gemido, que bordea lo indecible, la poesía congrega y resguarda sin banalizar. Esa dimensión de su canto, elaborada con una amplia variedad de recursos formales, hizo converger al jurado sobre su nombre. Es impresionante cómo este reconocimiento resultó la consecuencia casi natural de una resonancia muy fuerte y visible que está teniendo su obra, incluso más allá del ámbito iberoamericano.
Recomiendo la lectura del acta en que se sintetiza de modo muy apretado, en tres densos párrafos, las razones que se tuvieron en cuenta para otorgarle este premio.
La poesía última de Zurita, me parece, es de una poderosa vitalidad, en la que se refleja también la vitalidad de toda la poesía chilena contemporánea. La emergencia de su nombre y de su obra renueva el misterio que marca la vocación poética de Chile que, como una suerte de pararrayos, mantiene el adobe fresco en medio de la aridez, la desolación y el olvido en que siempre estamos amenazados de perecer.