Hay algo entre el gesto y las palabras de Beatriz Sánchez que no termina de calzar. Claramente ella aún es un personaje en proceso de elaboración. El lunes 28 de agosto, por ejemplo, en la sede de la Sofofa, a la que ha ido dos veces en nueve días, dijo que era diferente analizar el país como candidata que como periodista y dio a entender que le está tomando muchas horas de trabajo dominar su nuevo papel.
Parte de este descalce entre el gesto -que se concreta en su candidatura- y la voz puede deberse a un deseo de no confrontar y de realizar un discurso que constate la realidad de Chile, pero intente superarla por la vía de las emociones. Lo primero se vio cuando le preguntaron por la necesidad del Estado de contar con organismos descentralizados y autónomos como el Banco Central. Sánchez empezó con un largo rodeo para terminar diciendo que "no queremos que haya más organismos autónomos del Estado".
La autonomía de los bancos centrales es uno de los grandes caballos de batalla de la izquierda, con la que se identifican la amplia mayoría de grupos que apoyan a Sánchez. Esta institución encarna la tensión entre lo técnico y lo político como ninguna otra. Pero la candidata no tuvo valor para atacar su autonomía porque no quiere chocar con certezas muy arraigadas y que conoce poco, y solo lo hizo de manera indirecta cuando dijo que lo político debía prevalecer sobre lo técnico.
El segundo fenómeno tiene que ver con los llamados "marcos mentales" que describió George Lakoff en su famoso libro "No pienses en un elefante". Lakoff sostiene que las palabras no son inocentes y que el término "elefante" inmediatamente nos hace pensar en un animal de larga trompa y orejas grandes. Incluso para no pensar en él tenemos que hacerlo. Un éxito político es conseguir que el rival asuma el marco mental propio aunque sea para criticarlo.
Sánchez continuamente habla desde un marco que se supone que sus seguidores no suscriben. Asume, por ejemplo, "que el nivel de sindicalización es muy bajo" (aunque matice que es "porque los sindicatos han sido demonizados") o limita el papel del Estado porque sabe que los chilenos no se sienten colectivistas: "No siempre el Estado tiene que estar presente ni mediar en todos los casos", dijo. Si esto se combina con que habla repetidamente de eficiencia -"en el Sename hay proyectos que se ejecutan sin resultados y sin control de gestión"- y ataca el exceso de regulación, dos tópicos más propios de la centroderecha, da la impresión de que bajo una delgada capa de pintura izquierdista lo que hay aquí es una esmerada hija del modelo chileno.
Sí, Sánchez anunció una subida de impuestos "a los ricos" y criticó la colusión en la casa de los empresarios -y en eso su voz coincidió con su gesto-, pero no logró generar un marco mental propio, coherente con lo que piensa el Frente Amplio, y eso le resta convicción. Probablemente esto sea lo que estaba detrás de su polémico comentario sobre "el Estado totalitario" de Salvador Allende.
Sánchez dice que ella no tiene una visión homogénea o ideologizada de la sociedad chilena "como hacen los proyectos de izquierda". Admitió que en Chile hay muchas personas que se identifican con la idea de "rascarse con las propias uñas" y que la ve como una expresión de meritocracia. Pero, tras ese baño de realidad, asomó el escapismo de las emociones: "Queremos mostrarles a los chilenos que estamos en el camino del sentido común y de una sociedad más feliz".
La candidatura presidencial del Frente Amplio, promovida fundamentalmente por Giorgio Jackson y Gabriel Boric, ha desembocado en una propuesta ortopédica, donde grupos muy distintos, pero que básicamente se definen como "progresistas", se alinean detrás de una candidata cuyo marco mental está en permanente elaboración. La cuestión importante es: ¿cuáles serán las verdaderas ideas de la candidata el día de la elección?