El escenario electoral ha acentuado un debate que se instaló hace tiempo en nuestro país: cuáles son las causas del bajo crecimiento y cuáles son las fórmulas más efectivas para retomar la senda del desarrollo. Cada vez que se analiza este período de desaceleración predominan las visiones que, énfasis más, énfasis menos, esconden las disyuntivas de fondo. Esto hace que el debate sobre el crecimiento esté desenfocado.
En la Nueva Mayoría parece existir una disputa velada de posiciones que se escuda siempre en afirmaciones gruesas y elementales para no hacerla aún más evidente. Por su parte, Chile Vamos entra al ruedo buscando dividendos electorales, reiterando la misma argumentación simplista de 2013 para explicar la desaceleración. Los comentarios que ha suscitado la renuncia de Valdés -y del resto del equipo económico- confirman el cuadro, todos vociferan con el crecimiento, pero nadie formula un planteamiento sustantivo que incorpore las complejidades de este proceso.
En el análisis del crecimiento se debe reconocer la influencia de dos tipos de factores: por una parte, están los que configuran la tendencia de mediano plazo y, por la otra, los temporales, que se mantienen vigentes en períodos más acotados y que pueden llevar el crecimiento efectivo por encima o debajo de su tendencia.
En las últimas tres décadas, el crecimiento de mediano plazo de nuestra economía evidencia una disminución más rápida que lo que corresponde a nuestro nivel de desarrollo, lo que constituye una debilidad estructural prematura. Enfrentar esta realidad es una condición básica para cualquier estrategia que busque impulsar el crecimiento en el país. Sin embargo, lo que han expresado hasta ahora los actores de este debate, y en particular los candidatos, es claramente insuficiente.
Si a la tendencia se añaden los factores temporales, es posible identificar cuatro ciclos económicos a partir de 1990. El primero comprende los buenos años de esa década, en que el crecimiento de tendencia alcanzaba a un 7% y adicionalmente el estímulo de los factores temporales, como los flujos de capitales, permitió que la economía creciera durante varios años hasta un 1% por encima de su tendencia.
El segundo ciclo va desde la crisis asiática de 1998 hasta mediados de 2004, cuando se inicia el superciclo del cobre. El crecimiento de tendencia había bajado a un 5% y las condiciones adversas que enfrentaba la economía hacían que el crecimiento efectivo fuese un 1% menor a dicho valor. Los esfuerzos de la "agenda procrecimiento" (que se gestó en el marco de una sólida alianza público-privada) apuntaban a mejorar la tendencia, mientras la disciplina de la regla fiscal y las nuevas políticas del Banco Central buscaban inyectar credibilidad para neutralizar los factores temporales adversos.
El tercer período corresponde a los años del superciclo, que se mantuvo hasta mediados de 2013, con la crisis subprime y el terremoto del 27-F entremedio. El crecimiento de tendencia alcanza a solo un 4%, pero con el boom de la inversión minera se logra un crecimiento promedio en torno a un 5%. El entusiasmo -de unos y otros- con esta cifra encubrió por casi una década la debilidad estructural en nuestra capacidad de crecimiento de mediano plazo.
Por último, el cuarto ciclo es el que nos encontramos ahora, con un crecimiento de tendencia en torno a 3% y con factores temporales que hacen que el crecimiento efectivo se encuentre casi un 1% por debajo de dicha cifra. Entre estos factores está lo que el Banco Central llamó un " shock autónomo" en 2015 o el reconocimiento de Rodrigo Valdés en el sentido de que dentro del Gobierno "algunos no tienen el crecimiento dentro de sus prioridades".
Mirado en perspectiva, lo más relevante en la trayectoria de la economía chilena es el debilitamiento estructural en la capacidad de crecimiento, que pasó desde un 7% en la primera mitad de los 90 a menos de un 3% en la actualidad. Aún más, si la tendencia reciente en el precio del cobre se consolida y la economía internacional ayuda, los factores temporales negativos se van a corregir, con lo que la economía puede acercarse a un crecimiento en torno a esta última cifra, pero sin que cambien significativamente las perspectivas de mediano plazo. Este es el escenario más probable en la actualidad.
Aquí nos topamos con las principales falencias del debate sobre el crecimiento. El equipo económico de la administración pasada prefirió politizar sus argumentos en 2013 por el temor de dejar al descubierto que habían hecho poco por mejorar la trayectoria de mediano plazo, que se habían beneficiado del jolgorio de la abundancia y que habían sobreestimado los ingresos fiscales permanentes. El llamado "sesgo de los resultados" en la evaluación de las decisiones jugó a su favor, lo que ahora pretenden aprovechar ofreciendo crecimiento sin hacerse cargo de los temas estructurales.
Por su parte, el primer equipo de la Nueva Mayoría dejó el crecimiento fuera de su radar, instaló dogmáticamente su programa de reformas y renunció a la reflexión crítica, lo que después ha sido imposible de modificar. Se ha producido lo que se denomina un diálogo de sordos, que es un equilibrio en el que ninguna de las partes encuentra incentivos para alterar su posición y donde el perjudicado es el país.
La politización del debate sobre el crecimiento por parte de Chile Vamos le genera dividendos electorales de corto plazo por la división que existe en el Gobierno y la alta desaprobación de su gestión, pero no es una estrategia útil para construir la gobernanza que el país necesita. Sus juicios denotan un diagnóstico que es económica y políticamente errado, que lleva a subestimar las dificultades estructurales y, eventualmente, a sobreestimar los ingresos fiscales con que se construye el programa de esa candidatura.
Las opciones de la Nueva Mayoría han adoptado un enfoque de continuidad respecto del Gobierno, aunque aspiran a una mayor "prolijidad" en las reformas y a un mayor énfasis en la inversión en infraestructura. Así, nos ponen nuevamente en la perspectiva de actuar sobre los factores temporales, más que hacerse cargo de las debilidades estructurales, lo cual es imposible si dentro de una coalición conviven sectores con diferentes visiones en temas relevantes para el crecimiento.
En el Frente Amplio no existe una mirada sobre el crecimiento de mediano plazo y tampoco se confía en la responsabilidad fiscal como un elemento ordenador de la gestión macroeconómica, por lo que la incertidumbre que genera esta opción podría mantener el efecto negativo de los factores temporales por un nuevo período.
En síntesis, la disputa política ha invadido el debate económico impidiendo enfocar el diagnóstico hacia los factores estructurales de mediano plazo que están en la base de la debilidad de nuestro crecimiento de tendencia.