Si la selección queda fuera de Rusia 2018 sería una farra monumental, impropia de nuestra historia reciente. Aún asumiendo que las clasificatorias sudamericanas son la competencia más dura, cruel y despiadada de todo el planeta, la generación dorada ha tenido todas las opciones para haber asegurado un cupo sin angustias, incluido un regalo de puntos y goles por secretaría.
Juan Antonio Pizzi ya debería haber asumido que su mejor registro con este grupo lo ha logrado cuando ha dispuesto de los jugadores en concentración absoluta, como fue en Estados Unidos y Rusia, esta última con larga gira previa. Es decir, cuando sus muchachos gozaron de menos tiempo libre para "hacer lo que más les gusta". Es gracias a eso que el adiestrador pudo disfrutar sus mejores logros, a diferencia de las clasificatorias, donde los tiene poco y en medio de múltiples distracciones.
En la aplastante derrota frente a Paraguay, el equipo no brindó ninguna esperanza: se vio débil físicamente, confuso en la táctica, ofuscado en su fracaso, reiterado en sus errores. Nos equivocamos casi todos al creer que un referente de área era la mejor fórmula para superar a un equipo tan sólido en la defensa de su área, y la reacción vino demasiado tarde para torcer el destino.
Es probable que con tres días de régimen exclusivo y la certeza de un camino complicado; habiendo aplicado nuevamente la política del enemigo externo y sintiéndose perseguidos y con afán de "tapar bocas"; con la ventaja de jugar con más espacios abiertos y con Rusia en peligro, aparezcan nuevamente los mejores atributos y los liderazgos de este plantel. Pero también hay que asumir que cada una de las victorias conseguidas en La Paz fueron fruto de un trabajo sacrificado, humilde, sin descuidos y sabiendo aprovechar al máximo los acercamientos al arco contrario, que no serán muchos.
Pizzi ya sabe que más preocupante que la falta de gol es que cada vez nos cuesta más generar presión constante, que a este plantel le está resultando más difícil presionar la salida del adversario, que la dinámica que lo distinguió ya no sale espontáneamente y que hasta para los técnicos más displicentes resulta fácil leer nuestro juego. Por eso es necesario redoblar el trabajo de planificación de los partidos, atacando más las características del rival que asumiendo que el talento individual de los nuestros bastará.
La clasificación está en riesgo y, honestamente, sería un desperdicio épico. Los jugadores, de verdad, deben recordar lo que más les gustaba hacer: ganar y celebrar.