En las páginas de
El otro , la segunda novela de Claudio Gudmani Salman (Santiago, 1965) nos sale al paso un narrador que convierte la necesidad de ganarse la buena voluntad de su destinatario, requisito indispensable para el éxito de cualquier relato, en un afán rayano en el paroxismo. Simón Fishman, el autor del texto que tenemos entre manos, un individuo fracasado como escritor, como esposo y como padre, exhibe desde los primeros párrafos de su discurso una compulsiva urgencia que transforma la lectura en un abrazo perentorio e inescapable. Con exasperante frecuencia, Simón alude a lo largo de la novela que leer es un proceso que provoca una íntima identificación del lector con el narrador: "... cuando tu pareja te pregunte de qué trata el libro, mentirás o dirás que aún no sabes bien, pues, en realidad, no sabes mis intenciones, pero sigues leyendo porque, en el fondo, eres como yo". Pronto nos damos cuenta de que el interlocutor silencioso de Simón es una mujer, pero no de carne y hueso, sino esa mujer imaginaria que los hombres solitarios construyen a partir de secretos no confesados, ansiedades, deseos insatisfechos, fracasos sentimentales y frustraciones sexuales. Simón no se considera un individuo incompleto, sino más bien "un héroe romántico en busca del amor verdadero, golpeado una y otra vez por el destino", pero la dolorosa lucidez de saber que le habla a una compañera imposible es transparente en su discurso: "tu imagen borrosa, soñada, imaginada y seguramente idealizada, parece tener un hechizo sobre mí, viniendo a mi mente cuando estoy solo".
Gudmani logra que la curiosidad del lector se despierte desde las primeras páginas de la novela y la alimenta en las siguientes con indudable habilidad narrativa. Simón se aferra a su destinataria porque necesita desesperadamente exponer una verdad oculta y enigmática: "A veces uno escribe por el solo deseo de confesar un secreto y lo esconde entre las palabras, esperando un lector sensible que sea capaz de encontrar las pistas y armar el puzzle".
El otro es, pues, una novela en clave escrita para exorcizar "los rencores que tenía con el destino, con las circunstancias de este último tiempo, y quizá con los reparos de toda mi vida". El propósito de su narrador justifica la manera como el autor compone el desarrollo de la novela. El texto se inicia como un monólogo de significados confusos, que parecieran el examen de conciencia de un alma atribulada por el oxímoron teológico que Simón describe en el Prólogo. Una serie de desapariciones misteriosas provoca, sin embargo, que la historia adquiera una fisonomía cercana a los argumentos de las novelas de Agatha Christie que el narrador leía cuando era joven. La naturaleza del relato deriva ahora hacia un historia de pesadilla, o de suspenso, como Simón la denomina en el Capítulo XII, de la cual van desapareciendo sucesivamente sus participantes, en especial las mujeres, y que, además, deja en claro que la personalidad de Simón nada tiene que ver con la de un héroe romántico, sino con la de un tenebroso psicópata indeciso ante su identidad de género.
La presencia de la mujer en todos los niveles del texto, ya sea como elemento de la escenografía, como personaje de mayor o menor relevancia en la historia y, sobre todo, como la silenciosa depositaria de las confesiones del narrador, constituye un elemento clave para acceder al sentido trascendente de
El otro . En las páginas finales del discurso, Simón advierte a su destinataria que no ha leído una ficción, sino la vida de él mismo, "tal cual la escuchas en tu mente en la medida que me lees". La amiga ideal, la mujer imposible, es la única que puede entenderlo, "la que me conoce con mis luces y sombras". Sin duda alguna, Claudio Gudmani ha logrado ficcionalizar con pericia una de las grandes verdades sociales surgidas en nuestra época.
Gudmani logra que la curiosidad del lector se despierte desde las primeras páginas.