A razón de un estreno al año, el multifacético Woody Allen -cuyo aporte a la pantalla desde mediados de 1960 ya está en los 50 largometrajes- se estableció como una firma respetada e imprescindible del cine estadounidense del último medio siglo. En cambio su contribución al teatro en ese mismo lapso ha sido corta y espaciada en el tiempo: solo cuatro piezas de función completa y no menos de siete en un acto. Del total en nuestras tablas se han dado de manera esporádica, y sin mucha suerte a lo que recordamos, cuatro títulos suyos.
"Adulterios" es una de sus comedias breves, plato de fondo de un programa triple precedido por textos de David Mamet y Elaine May, que bajo el título de "Actos que desafían a la muerte" se ofreció en el Off Broadway neoyorquino en 1995. Por lo demás, la pieza de May, "Hotline", tuvo una versión aquí, hace años, de considerable interés. Las tres presentan una situación límite con vistas a reflejar la confusión y neurosis urbana de fines de milenio.
En esta -la más extensa del tríptico, lo que le ha valido montajes en forma separada hasta hoy en distintas plazas- el autor vuelve sobre un medio familiar en sus filmes, el de la pequeña burguesía intelectual de Manhattan. Ese aire reconocible y cotidiano hace que su tono se asemeje al de un eficaz divertimento liviano, aunque a medida que avanza su atmósfera se vuelve cada vez más dislocada y esperpéntica. Quizás porque Allen entonces venía saliendo de su divorcio de Mia Farrow y acusación de abuso contra sus hijas, despliega un retrato sumamente amargo e inmisericorde de unos personajes odiosos (profesionales liberales, artistas), que inspiran rechazo por sus mentiras, traiciones y estúpidas deslealtades incluso contra sí mismos. En la risa que esta comedia busca provocar, hay cero fe en la especie humana.
Aquí una psicoterapeuta espera en su departamento la llegada de su mejor amiga, a quien citó con urgencia para llorar en su hombro: su esposo de años la va dejar por otra mujer. Entre whisky y whisky, comienza a sospechar que su confidente es en verdad su rival. Luego llega al lugar el cónyuge de la 'caza maridos' -un escritor y guionista de personalidad bipolar- que se entera de la novedad, y más adelante el dueño de casa que también trae su sorpresita.
Dirigida inesperadamente por Luis Ureta, que hace una década pudo asentar un merecido prestigio como especialista en nueva dramaturgia alemana y ahora lidera su primer divertimento comercial, la entrega parte en verdad de modo harto desalentador. En la primera larga escena de las amigas -media hora de los 80 minutos totales- se produce una seria desafinación entre las dos actrices. Una de ellas, Tatiana Molina, está tan sobreactuada sin ser divertida, que cada intervención suya saca al espectador de la convención escénica. Uno se pregunta cómo Ureta, con su experiencia de años, dejó pasar un desempeño tan lleno de exagerados tics de actuación, notoriamente ampuloso en voz y gestualidad. Por fortuna cuando entra a escena Jaime Omeñaca, comediante imaginativo, con gran capacidad de juego y notable ' timing ', la escena se anima. Se puede decir que él es quien empuja el buen trabajo de equipo en el tramo final. Aunque merece algunas objeciones, la escenografía otorga al resultado el aspecto de una producción cuidada.
Mori Vitacura. Avda. Bicentenario
3800, Vitacura. Jueves
a sábado a las 20:30 horas y
domingo a las 20:00 horas.
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