El campo chileno prácticamente había desaparecido de la narrativa contemporánea. El último que se animó con historias rurales fue Óscar Bustamante, arquitecto que incursionó tardíamente en la escritura al igual que Isabel Bustos, autora de
Jeidi: ambos comenzaron a publicar libros a los 40 años. Pero si el debut de Bustamante y su indagación en el mundo rural fue a través del género policial, con
Asesinato en la cancha de afuera, Bustos escogió una aproximación más amable y de un encanto tan indiscutible como cautivador. Transcurre en el pueblo de Villa Prat, a orillas del río Mataquito, en la zona huasa de Chile. Corre 1986. Y en el cerro, en la punta del cerro, vive una niña con su abuelo y por eso Ángela es popularmente conocida como Jeidi. Ese año, cuando Miguel Ángel y la Virgen de Peñablanca ya eran un fenómeno nacional (abordado por Álvaro Bisama en
Ruido) y las protestas sacudían al país, muy poco de ello resuena en Villa Prat, que parece "un lugar detenido en el tiempo, un Humberstone habitado por la originalidad del campo profundo", dice una periodista que llega al pueblo atraída por un hecho extraordinario que está en el corazón de la trama. La frase de la periodista llama también la atención hacia un rasgo central de Jeidi, el humor que caracteriza el estilo de la narración, un humor suave y respetuoso que corre parejo con el desarrollo de personajes tratados con indudable cariño.
En ello radica el encanto de la
novela. En el desarrollo pausado de una historia donde todos parecen tener su lugar y a todos se les da la palabra, aunque algunos participen más que otros: el cura, la monja directora de la escuela, los amigos de Jeidi, su abuelo, la almacenera, el tonto del pueblo; pero hay que decir que todos ellos están muy lejos del estereotipo o de un tratamiento que los reduzca a rasgos comunes y reconocibles: cada uno tiene su historia, su deriva propia, su humanidad. Y la sufrida historia de Jeidi, de Ángela Muñoz, que parece, a primera vista, un total extravío, termina por seducir y dar pie a una trama en donde poco hay de psicologismo y mucho de sentido del ritmo y textura del lenguaje. Mejor no entrar en detalles; no porque se trate de una novela de suspenso, sino porque la bien armada estructura admite con dificultades un resumen. Dicho de otra manera, el modo en que se presenta la historia es tan atractivo como la trama, y por ello es mejor que cada lector se enfrente por sí mismo a Jeidi y su mundo, sus trapitos, sus ojos negros, su moño apretado con agua, su ingenuidad y su candor, sus 11 años de cerro, ovejas, la vaca y el perro.
Isabel M.Bustos.
Libros del Laurel,
Santiago, 2017.
160 páginas.