Hay varias teorías sobre el gobierno de Michelle Bachelet, pero entre ellas sobresalen dos. Una dice que esta administración se terminó hace rato y que la llamada agenda valórica (ley del aborto, matrimonio igualitario) constituye un tema de minorías ilustradas con un gran componente simbólico. Lo que quedaría es gestionar los últimos meses de la mejor forma posible, procurando no dañar a ninguna de las dos candidaturas presidenciales y listas parlamentarias a las que ha dado origen la Nueva Mayoría.
Otra teoría dice que el gobierno tiene un plan bien estudiado. En ese diseño, la agenda valórica sería una trampa para osos (de derecha) y en él se inscribirían la reforma previsional y la constitucional. El Ejecutivo quiere plantear esta última en primavera y desea presentarla como el auténtico legado político de la Presidenta.
En cualquiera de los dos escenarios, la crisis sin precedentes que desembocó en la liquidación del equipo que ha gestionado la economía en la parte medular de este gobierno no estaba en los escritos. Valdés y Céspedes se marchan juntos presumiendo de ser un tándem, pese a que no llegaron juntos al gobierno. En apariencia, es una crisis de gran calado. Sin embargo, su recambio por Eyzaguirre y Rodríguez Grossi no solo da cuenta del estrecho margen de maniobra que ha tenido la Presidenta, sino también de su deseo manifiesto de no innovar, a la luz de sus perfiles.
El currículum de los sucesores desbarata, en gran medida, la idea de un gobierno dividido ideológicamente y confina las discrepancias a aspectos que tienen más que ver con la lealtad y el ejercicio del poder.
La tesis de que la prioridad por el medio ambiente se llevó por delante a los ministros económicos es apetitosa, pero no se sostiene cuando se revisa el currículum del nuevo ministro de Economía. Rodríguez Grossi fue designado en 2004 entre los "hombres destructores del planeta" por Greenpeace. Su postura entonces no era ambigua: "Chile no puede dejar de explotar recursos naturales que nos ha dado la Divina Providencia", dijo en relación con la construcción de represas en Aysén.
Tampoco parece ser un enemigo del empresariado, tras haber servido en la eléctrica Guacolda y en Alto Maipo, además de en un amplio elenco de empresas públicas, que incluyen a Codelco y Ferrocarriles.
De hecho, lo que más se comentaba ayer era que Bachelet había calcado el gobierno de Ricardo Lagos, donde Eyzaguirre y Rodríguez ocuparon las mismas carteras. Parecía que la Presidenta contestaba así a un tuit del ex Presidente en el que le decía comprender la renuncia de Valdés y vaticinaba que "su gestión será reconocida por el país". Clonando el equipo "laguista", Bachelet se arriesga a un efecto no deseado: permitir que se vea que la falta de crecimiento económico no depende tanto de los alfiles como de la reina.
Eyzaguirre ha tenido que volver a Hacienda por su lealtad a Bachelet y porque puede tomar el proceso presupuestario a medio camino con la garantía de que, al menos, sabe lo que hace. Aquí, los que defienden que aún hay un diseño en el gobierno aseguran que el ministro secretario general de la Presidencia no estaba bien evaluado y no había logrado ordenar la agenda legislativa. Sin embargo, al desplazar a Eyzaguirre a Hacienda, se juntan el hambre con las ganas de comer, porque en la Secretaría General de la Presidencia asciende una figura a la que se le atribuye mucha eficacia: el socialista Gabriel de la Fuente, uno de los subsecretarios con acceso a la Presidenta.
En agosto de 2015, la Presidenta dijo en relación con los desastres naturales que "cada día puede ser peor". Por lo visto y tras esta inopinada crisis, el aforismo la acompañará hasta el final.