Primer éxito de un dramaturgo californiano emergente, Roger Rueff, hace 25 años, "Un gran negocio" resonó bastante como para tener su versión cinematográfica en 1999 con estrellas hollywoodenses (Kevin Spacey y Danny DeVito); y se ha seguido dando hasta hoy en diversas latitudes gracias a su eficacia y producción poco costosa. También hay que considerar que es una comedia dramática masculina, 'de vendedores' y muy gringa, referida a un modo específico de hacer negocios en EE.UU. Eso la vuelve una obra menor, siempre bajo la sombra de "Glengarry Glen Ross", escrita por David Mamet ocho años antes en igual ámbito y con mayor sustancia y brillo, cuyo montaje local se dio en el mismo escenario de la UC dos décadas atrás bajo el título "Lomas del paraíso".
La actual propuesta se esfuerza por acercar la trama a los códigos criollos, aunque no basta para que esta siga sonando algo postiza. Vemos a tres 'vendedores' antes y después del evento que organizaron en un hotel en el desértico Norte Grande, para lanzar un negocio de insumos mineros a fin de 'cazar' posibles inversionistas de la futura empresa entre los invitados, de los cuales uno es el financista soñado. Al borde de la bancarrota, el trío de agentes se revela desesperado por recuperar su posición en el frío mundo del dinero y el mercado capitalista; está diferenciado de modo marcadamente arquetípico, para caracterizar distintas etapas de la vida y posiciones respecto al 'propósito de sus vidas' en esa sociedad materialista hinchada de ambición y codicia. Los dos mayores son 'tiburones' duchos en esas lides, mientras que el joven inexperto está paradójicamente imbuido del mensaje de Cristo.
Más que por la situación, Rueff se hizo notar por su notable destreza para escribir diálogos vivaces y punzantes. La intensa confrontación que ofrece la obra entre personajes tan disímiles, brinda sin duda mucho buen material para los actores que la animen en escena. La versión de la UC tomó el riesgo de entregar el retrato de este universo tan masculino, abundante en alusiones fisiológicas, chistes misóginos y homófobos, a una directora mujer, la actriz Natalia Grez, con escasa experiencia además en realismo sicológico.
Dadas esas desventajas y antecedentes, si no se le exige demasiado, el resultado funciona en líneas generales aceptablemente. La caracterización de sus personajes se apoya en un casting claramente funcional. Pudo ser mejor sin algunos errores notorios. Uno es la musicalización en los entrecuadros con insertos de rock pesado a todo volumen que, unidos a los juegos de luces y proyecciones en la pantalla al fondo a ratos inyectan al espacio la energía de una disco o club nocturno; una opción inadecuada y fuera de estilo. Otro es que Mateo Iribarren, sobreactuando sin freno en el rol del vividor y deslenguado Larry, roba escenas, opaca a sus compañeros, se apropia de la acción como si fuera el protagónico y desplaza el eje de adhesión hacia él. Así obliga a deducir que la mejor herramienta en este mundo es ser vivaracho y caradura. Lo que es responsabilidad del actor y también de la dirección que no supo equiparar los personajes y calibrar el sentido. En el remate hay un agregado al texto que, arbitrariamente y sin la debida justificación, tiende un manto de sospecha sobre el joven evangélico, solo para insertar a último minuto un toque de extremo escepticismo con la idea de que ya no se puede creer en nada ni en nadie.
Teatro UC. Miércoles a sábado a las 20:00 horas, hasta el 23 de septiembre.