Nuevamente las emociones. Parece ser que en la educación, más que los datos que el profesor entregue, los niños y adultos aprenden a través de la emoción. Pueden memorizar pero no aprender, que no es lo mismo. Para que la mente florezca, se abra a nuevos contenidos, los imagine y los integre, hay al menos dos condiciones importantes: el movimiento y el florecer. Ambos son útiles y necesarios.
Dormir no es mover. Oír sin escuchar no es estar en movimiento. Escuchar y aprender de memoria sin preguntar o sentir o imaginar no es florecer.
El comando y el control de los profesores puede ayudar a integrar datos a jóvenes que los necesitan para vivir en el mundo y no ser unos ignorantes. Pero dormir o repetir y olvidar puede casi parecerse a la muerte. Lo que parece de verdad controlar el aprendizaje es el clima en que se enseña y aprende.
Eso es también válido para padres y educadores en general. Nos guste o no, competimos hoy con muchos estímulos en la calle, en la tele, en la vida, que están en movimiento. No solo porque se mueven, sino porque crean un clima de movimiento. Y en ese clima hay un concepto que queda dando vueltas, que interesa, que asombra, que requiere seguir buscando.
Hay un precioso texto en una de las sectas del budismo que dice así:
"Las cuentas del rosario son madera, los dioses son piedras. El Ganges es agua. Les pido que busquen a Dios en los campos, en un hogar feliz, en el taller del artesano". No son las palabras importantes, revelan esa ansia de encontrar lo vivo en lo que está vivo y desde ahí, una u otra vida, y porque ahí hay movimiento, entonces hacerse las preguntas y buscar las respuestas.
La psicología, a mi juicio, se ha convertido más y más en respuestas tipo que las personas repiten. Está bien. Pero ¿y si hacemos preguntas? Sobre las respuestas apenas elaboradas pueden encontrarse mundos vivos que vale la pena explorar.
Si aprendemos a poner en palabras nuestras emociones, torpemente, no como en los libros o no como las llaman los profesionales, seríamos un gran aporte a la educación, a la ciencia, a la psicología, pero sobre todo a una cierta fe original en nosotros mismos. Porque estamos vivos, lo que pensamos e interpretamos importa. Ojalá muchos lo pongan en práctica. Nos hace florecer, de una manera nada convencional, pero útil y bella.