Ante la irracionalidad manifiesta del criterio de toma de decisión de la administración Trump, se multiplican los llamados a una solución diplomática por el desafío de Corea del Norte. La opción militar, un ataque "quirúrgico" contra las instalaciones, seguro resulta en una piadosa ilusión, ya que no evita el "daño colateral", es decir, numerosas víctimas no combatientes. El Pentágono -para el caso de que fuera necesario un ataque- le podía asegurar a JFK la destrucción del 90% de los misiles soviéticos en Cuba en la crisis de 1962; los misiles que restaran causarían un daño incalculable en EE.UU. En Corea, además, puede provocar un ataque del norte no menos mortífero con artillería y armas convencionales (no nucleares) a zonas densamente pobladas en el sur, el aliado al que EE.UU. debe proteger. Este tiene el mismo síndrome de la población de Alemania Federal en la Guerra Fría: apreciaba la protección de Washington, pero no quería saber nada de confrontación o resistencia a la Unión Soviética.
Por ello se insiste algo majaderamente en la negociación. Sin embargo, desde fines de la década de 1980, cuando el tema nuclear pasa a dominar la relación con el régimen de la familia Kim, todas las negociaciones han fracasado estrepitosamente, incluyendo iniciativas de Corea del Sur o una de Jimmy Carter como
free-lance en los años de Clinton. A ojos vista, los Kim lograron lo que se proponían, ser potencia nuclear, y están a un tris de consolidar misiles para amenazar a los países vecinos. A Rusia y China les disgusta esta realidad, pero a la vez saborean con felicidad contenida el que Washington y sus aliados lo pasen mal por este motivo.
Alguien dirá: ¿hay un problema en ello? Sí. Existen los 5 grandes del Consejo de Seguridad, los únicos autorizados a mantener ese terrible armamento. Israel también posee un arsenal no desdeñable, lo que incita a árabes y otros a adquirirlo también. La India y Pakistán están entrabados en una disuasión mutua que levanta menos polvareda, aunque la eventual utilización al final tenga consecuencias para todos. El asunto es que no habría argumentos de legitimidad para forzar a Irán a renunciar a ello. Se sumarían otros.
De ahí que se propugne la abolición del armamento nuclear, no por un mero pacifismo bondadoso, sino por la simple comprensión de que de aquí a 50 o 100 años, según la ley de probabilidades, será casi imposible que no haya algún tipo de confrontación nuclear por accidente o por una crisis que se escape de las manos; o por un desafío de algún déspota temerario y/o suicida. Por lo mismo, si en el entretanto hay libertad práctica para desarrollar el arma nuclear, progresivamente más y más países irán ingresando al club nuclear. Los caudillos confrontacionales creen también que nadie les tocará un pelo si disponen de la bomba. En todo caso, si en pocas décadas llega a existir una veintena de naciones nucleares, sería demasiado alta la probabilidad de que se desencadene un apocalipsis intencionado o no.
Ante la parálisis de estar frente al dilema de recurrir a una acción militar devastadora para moros y cristianos -e impredecible en sus consecuencias- o ante una negociación que no puede funcionar tal como se ha llevado a cabo, no era irracional la petición que trajo a Chile Mike Pence, de que Chile aportara su granito de arena en cubrir los numerosos resquicios a las sanciones impuestas a Kim, como último recurso entre la inacción y evitar una medida de fuerza aventurera. Sucede que se expresó en medio de la más total indiferencia a las formas y en un lenguaje de egoísmo ostentoso y además caótico, que por ahora le resta credibilidad a cualquier propuesta de la Casa Blanca.