En el particular estilo de Ángel Guillermo Hoyos no caben las explicaciones tácticas. Con él los partidos se ganan o se pierden por inspiración divina, y en el afán de proteger a sus jugadores y no referirse ni al rival ni a las características de su dibujo, este clásico lo perdió contundentemente debido a "fatalidades", que es como alguien tan espiritual como él se refiere a los errores propios.
La primera fatalidad fue la enfermedad de Arancibia, quien se indispuso la noche previa al partido. Y la segunda es la manera que tuvo el técnico de resolverla. Apelando a lo que casi todo el medio entendía era la formación ideal (con Caroca, Reyes y Seymour), el técnico azul hizo su propia lectura poniendo a Caroca de lateral y a Rodríguez de puntero, seguramente pensando en el experimento de Monzón en las últimas dos fechas del año pasado, que terminó consagrándolo como campeón.
Tan mal le salió la apuesta que Colo Colo lo vapuleó inmisericordemente en los primeros minutos, le hizo dos goles, le pudo hacer otros dos y le restó confianza a su defensa que fue, precisamente, la que le permitió gozar hace apenas unos meses de una corona. Pocas veces en su período se vieron más desdibujados -individual y colectivamente- los defensores azules, que no dejaron error por cometer. Un resbalón puede ser una fatalidad, por cierto, pero el cúmulo de fallas frente a hombres tan experimentados como los albos hacen innecesario cualquier otro esfuerzo. A los albos les bastó con recibir los obsequios y agradecerlos.
Eran tan grande el desnivel que sorprendió la libertad con que Valdés y Valdivia jugaron, las libertades que gozó Paredes y, como si no bastara, la nula capacidad de los azules para generar situaciones de gol. Fue un partido espantoso -para no usar los términos de "tarados" y "papelón" con los que Pinilla describió la situación-, donde la principal responsabilidad le cabe al estratega, quien, anticipando la crítica, recurrió a otra frase de connotación religiosa: "Sé que harán leña conmigo esta semana". Era que no.
Uno puede aceptar y entender la consecuencia con una idea. Es más, a veces eso se valora más que la flexibilidad del cambio, sobre todo en el fútbol. Pero si ocurre una "fatalidad", la lógica es planificar adecuadamente, y Hoyos fue dogmático para mantener un dibujo que podía y debió ser modificado. Más aún, sacrificó otra vez a Pizarro en un cambio fijo que lanzó al volante a un partido que le venía totalmente a contramano, al punto que lo suyo fue apenas un saludo a la bandera: nada podía salvarlos del bochorno.
Pablo Guede -que en los clásicos actúa con fría determinación- ha gozado de los errores ajenos, quizás porque entiende que la experimentación no vale cuando hay tanto en juego. Ayer disfrutó de una de sus jornadas más tranquilas, entendiendo que el sufrimiento puede llegar de muchas maneras. Pero que la inmolación o la autoflagelación es más dolorosa cuando te está viendo tanta gente.