Sin pensarlo, los Taja-mares del Mapocho se constituyeron en el primer paseo capitalino. La obra ingenieril, arbolada con sauces y luego álamos, se transformó en una avenida que ofrecía incomparables perspectivas sobre la cordillera y el cauce. Antes de que existiera la Alameda de las Delicias, fue el lugar de moda que instaló la cultura del paseo en los santiaguinos. Los anchos muros de contención se ofrecían como el único recorrido pavimentado, en donde las mujeres podían circular con sus vestidos, sin esquivar los charcos de inmundicia que tapizaban el resto de las calles. El parque Forestal, desarrollado un siglo después, recogió este gesto elemental de tejer los recorridos cotidianos de la ciudad con el río, dando origen a una estrategia urbana de parques ribereños, cuya continuidad aún no logramos completar.
Plantear el cierre del parque Forestal es una idea tan equivocada como peregrina. Si bien existen los parques cerrados y los parques abiertos, en cada caso, el diseño sigue lógicas distintas. Contravenirlas solo genera problemas: nuevas espaldas, recorridos truncados y rincones impensados que generan focos de inseguridad. Los costos de un cierre -con un mediano nivel de dignidad material- pueden ser incluso comparables a la generación de un área verde equivalente, por lo que no se trata, tampoco, de una obra menor.
El parque Forestal no se configura como un recinto al que se accede. No se trata de un jardín ensimismado, un claustro verde en donde se puede olvidar la ciudad por ausencia. Tampoco es una ancha porción de campiña apaisajada, cuya extensión y diseño dificulten el control. Compararlo con las plazas cerradas londinenses, de origen aristocrático y excluyente, es sencillamente una tergiversación ofensiva a la historia de la ciudad. Más paseo que parque, el Forestal es de naturaleza lineal y abierta, en libre relación con el tejido urbano y sus infinitas posibilidades de cruce y acceso. La insinuación de un enrejado no solo contraviene su sentido espacial, sino que aniquila un patrimonio republicano que no le es privativo a una comuna y sus vecinos inmediatos, sino que le pertenece a toda una ciudad y su voluntad histórica de relacionarse con su río.