He leído con horror una serie de cartas, en diarios y redes sociales, de esposos y esposas de parlamentarios y figuras públicas.
Una misiva no causaría alarma, pero van demasiadas y se encadenan.
Hay que ponerles atajo y punto final.
Seamos responsables: esto es política, baja o alta, pero política al cabo y al fin, y en ningún caso se trata de un asunto familiar.
Los púgiles al ring y los seconds lejos del cuadrilátero y a cuidar la toalla, el balde con agua y los parches curitas.
Se los digo con claridad espartana y comedidas palabras: corten la marimorena, la pendencia y la sonajera.
Esas cartas malhadadas, por lo demás de estilo plano y poco seductor, solo consiguen revelar una intimidad que más vale mantener oculta.
Ustedes, esposas y esposos en ejercicio, están para dormir al lado, escuchar los rezongos y dedicarse a lo que importa: lléname el guatero, tráeme un vasito de agua o pásame el zapping para ver lo que quiero.
O saca la pata que está fría o anda a ver si quedó alguna luz prendida.
O cierra la ventana y déjala junta, o mejor aún: ábrela y déjala junta.
Ese es el contexto: es una isla mínima, rutinaria y ordinaria.
En ese islote se dicen demasiadas cosas y en la relación de pareja se expresan cuestiones que no son ciertas y se afirman otras que son mentiras.
En esa burbuja y cuando hay elecciones a la vista, se descuera al mundo político y vuelan las maledicencias y nadie se salva: ni el partido ni los colegas, ni los candidatos ni el estadista.
Pero el buen cónyuge, tanto el de turno como el consolidado, no puede confundir lo falso con lo verdadero, ni lo permanente con un mero deshago.
Ustedes, más que nadie, deben saber distinguir una cosa de la otra.
Lo que se dice en casa y los demonios dedicados a los adversarios, las ofensas irrepetibles a contrincantes, esos dolidos denuestos hacia amigos y los juramentos contra vecinos, todo eso es parte de un paisaje minimalista que no se debe tomar en serio.
Nada de eso va a misa y tampoco es solemne.
Ni el odio con el compañero ni el desdén contra el camarada, tampoco el desprecio por el otro candidato y la desconfianza con el correligionario.
No le pueden creer, por favor, eso está bien para los electores, pero no para ustedes, cuya labor es la de cónyuge y jamás de generalísimo.
Un buen cónyuge entiende que nadie destila grandeza cuando demuele al adversario mientras se cepilla los dientes.
Nadie proclama verdades fundacionales en pijama y a pata pelada, así que descrea de los discursos, desoiga las arengas en bata y ya sabemos que los libros sobre el velador ni los ha leído ni los leerá.
Su misión y deber es poner distancia, categoría y hasta cariño, pero no pueden subirse a la micro, parar el dedo y tomar partido.
Lo que tienen a su lado, ese ser desordenado, dislocado y desarmado, no es un faro humano, es algo más simple, vulgar y cotidiano: un esposo o esposa.
No se pierdan, nunca más escriban y jamás olviden la frase de Platón: "Los políticos que sueñan con el país, lo que realmente hacen es roncar por las noches".