El 3 de mayo de 1842, con ocasión de su incorporación como director de la Sociedad Literaria de Santiago, José Victorino Lastarria pronunció un discurso fundacional para la cultura chilena. Se trata de un escrito excelente que conviene releer. El discurso -que se inserta en un contexto poderoso y definido- es un llamado enfático a promover una literatura original y popular. Lastarria emplea la palabra "literatura" de un modo amplio, que incluye escritos que abarcan desde los científicos e históricos a los que hoy llamaríamos propiamente literarios: la cultura se hace sinónima con las letras.
En ese momento, para Lastarria -salvo De Oña, Lacunza, Molina, Ovalle y Henríquez- la "literatura" chilena no existe, es un proyecto por llevar a cabo, proyecto de cuyo éxito depende el éxito del proyecto político que la república naciente se ha propuesto: la democracia. La sola riqueza (el crecimiento económico, diríamos hoy) es insuficiente sin ilustración (educación, diríamos hoy), y esta depende del surgimiento de una literatura auténticamente chilena y con vocación popular; es decir, volcada hacia la naturaleza, necesidades, sentimientos, preocupaciones y costumbres del pueblo chileno. Para poder educar a un pueblo -que no lo está- y de ese modo construir cimientos sólidos para una democracia -que todavía solo lo es en el papel-, la literatura (entendida en ese modo amplio), a su parecer, debe sintonizar con la audiencia que se pretende ilustrar.
Lastarria efectúa una encendida defensa del idioma español ("uno de los pocos dones preciosos que nos dejaron sin pensarlo"), pero en todo lo restante recomienda independizarse de la tradición española y elaborar una "literatura" nacional basada en el principio de "la prudente imitación". Cree Lastarria que si miramos la moderna literatura francesa, no para copiar los contenidos ni las formas de esa literatura -"lo que sería vivir una existencia prestada"-, sino para aprender de ella a pensar, a adoptar "su colorido filosófico", su libertad de invención y espíritu crítico y, sobre todo, el compromiso de esa literatura con la realidad social entera, ese proyecto puede tener éxito. Es cuidadoso, pues, ante el encandilamiento en boga por lo francés, porque se da cuenta de que una "literatura" afrancesada sería tan exótica como una hispanizada.
Aunque las palabras "pueblo" y "nación" se han transformado de manera profunda desde mediados del siglo XIX a la fecha, pasando a significar conceptos distintos a los de entonces, plagados de matices, el proyecto lastarriano parece inspirar todavía de manera mayoritaria nuestra creación cultural. El desafío, cada vez más complejo, sigue siendo elaborar una "literatura" que le hable a nuestra sociedad de sí misma, que le muestre, como en un espejo, lo que ella es, con sus miserias y virtudes.
El desafío sigue siendo elaborar una "literatura" que le hable a nuestra sociedad de sí misma.