El miedo a ser conocido, íntimamente conocido, es casi tan fuerte como el miedo a la soledad... Que nadie nos conozca. Esa es la soledad.
Como el tiempo y la velocidad y los cambios hacen que caminemos por tantos caminos a través de la vida, lo que fue intimidad puede convertirse en traición. Parece fuerte el término y uso esa palabra porque sé que es exagerada y brutal, pero en el corazón de las personas el ser develado en su intimidad vive algo parecido a la traición.
Por ejemplo y en términos que parecen banales y no lo son: nadie quiere que su amiga de colegio le cuente a su futuro marido (que de paso es hijo de una amiga de la mamá de la novia) algunos secretos que fueron contados con vergüenza en tiempos de colegio o universidad y que fueron un acto de intimidad real.
Muchas veces la terapia es ese lugar donde puedo decir lo que quiero, contar secretos, y puedo tener la certeza por razones legales casi -el secreto profesional obliga a los terapeutas, el juramento de no poder revelar los datos e historias de nuestros pacientes, aun en una corte (en algunos países). Es un lugar de intimidad. Seguro. Que no depende del vínculo ni de la amistad ni de si nos vemos o dejamos de ver
Hay belleza en los secretos, pero sólo si no están ligados al miedo.
Nos preguntamos por qué hay tanta gente que se siente sola. Pero en particular nos preocupamos por los adolescentes cuyos cuadros clínicos son cada vez más graves y donde los suicidios en el mundo aumentan. Yo creo, y lo he preguntado e investigado por años de manera informal, que la necesidad de intimidad es enorme, pero ya no es segura. Y por ende que la intimidad se ha ido frivolizando. Algunos sacerdotes comparten este juicio. Jóvenes antes de confesarse se aseguran de que el sacerdote no puede, sin cometer pecado, violar un secreto de confesión.
Pero la mayoría de los jóvenes sometidos a mundos difíciles no se confiesan ni van al psicólogo. Para ellos a veces mentir, exagerar el hecho, avergonzarte, es más fácil que decir la verdad. Queda en la nebulosa la verdad de la acción. Se han desahogado pero se han sentido acompañados. No han construido intimidad.
Si bien sabemos que los seres humanos, por únicos, somos solos. Los rincones seguros son indispensables. Los padres, maestros y amigos tenemos que garantizar la intimidad, ayudar a disminuir la soledad y así ganaremos dos cosas existencialmente importantes: extender la mano a quien la necesita y aumentar la confianza de nuestros jóvenes en otros.
Grande y linda tarea.