Ciro, investigador privado que dejó de realizar trabajos relacionados con su profesión, un eufemismo para decir que está cesante, se gana la vida sacando a pasear perros de raza pertenecientes a familias ricas. Un buen día, recibe una nota de alguien que dice llamarse Darío, quien requiere sus servicios de manera urgente. Nuestro detective acude al domicilio indicado, un cuchitril situado en el interior de un antiguo conventillo de San Diego, que data de mediados del siglo pasado. Darío, un septuagenario avanzado, resulta un ser humano estrafalario en extremo: su misma identidad, sus orígenes y sus antecedentes son dudosos. Su ocupación principal consiste en coleccionar la revista "El mundo de lo insólito", que relata crónicas sobre adivinas, ciudadanos abducidos, enfermedades rarísimas, extraterrestres, gente mitad animal, mitad humana, personas con dos cabezas o sin brazos ni piernas, en fin, cosas pertenecientes al reino de lo paranormal. Además, Darío recita poemas de Teillier, Vallejo, Anguita, Huidobro y otros vates que solo logran aburrir a Ciro; por si fuera poco, el protagonista se ve forzado a recibir en calidad de regalos varios ejemplares del estrambótico magazine. El encargo de Darío consiste en que Ciro ubique a Fresia Briones, la que solía escribir las abracadabrantes historias del periódico de marras. Por supuesto que el sabueso se retira del lugar pensando que, como es habitual en su oficio, se topó con otro chiflado más. Pero al llegar a su casa, Ciro se entera por las noticias de que un incendio arrasó con el pasaje donde alojaba Darío y que éste pereció en el siniestro. Sin embargo, casi de inmediato, el anciano golpea a su puerta vivito y coleando, pidiéndole quedarse ahí por un breve tiempo. Como Ciro es astuto, le exige explicaciones al inusitado personaje, las que distan de ser claras, porque todo lo que sale de su boca parece confuso hasta decir basta, muy truculento, muy paranoico en las confabulaciones que el excéntrico viejo ve por doquier. La extensa narración de Darío conforma el meollo de
El reparto del olvido , reciente título de Juan Ignacio Colil.
En síntesis, durante su juventud fue íntimo amigo de Gustavo Cáceres, un detenido desaparecido secuestrado por la policía secreta de la dictadura, que no figura en ninguno de los informes que numerosas comisiones han elaborado sobre la materia. Gracias a Gustavo, Darío se apasionó por los versos y por culpa de Gustavo, el hombre maduro tiene un sentimiento de culpa que lo acecha constantemente. Fresia Briones es la única que puede saber sobre su paradero, ya que fue pareja de un agente de la Dina y luego se dedicó a componer sus delirantes reportajes. En uno de ellos, figura la única foto de Gustavo que queda en el mundo, por lo que la localización de Fresia se ha transformado en el objetivo principal en la existencia de Darío. Por decir lo menos, resulta una tarea en la práctica imposible y por decirlo de otra forma, la mujer debe haber pasado con holgura los 80 años, si es que no ha fallecido. Nada de esto satisface a Darío, pues está seguro de que Fresia se encuentra en un asilo de ancianos custodiado por ex miembros de los organismos represivos y, por lo tanto, todavía respira el contaminado aire santiaguino. Antes de estos hechos, hace su repentina entrada otra dama, de nombre Dalia, muerta de miedo y harto misteriosa, quien cita a Ciro en la iglesia de los Sacramentinos, aunque lo deja plantado. El héroe acude al
rendezvous junto a Darío, pero le ordena que lo espere en la plaza Almagro, fuera del recinto eclesiástico. Cuando sale sin haber contactado a Dalia, se entera de que dos matones han apresado a Darío y lo han metido dentro de un auto, partiendo con rumbo desconocido. Mientras tanto, Ciro ha acudido a su amigo Trevor Ortiz, de la Policía de Investigaciones, ha buscado y rebuscado en la Biblioteca Nacional, ha hecho toda clase de averiguaciones, sin obtener ninguna información confiable.
Hasta aquí,
El reparto... funciona muy bien y aun cuando este libro no es el primero que utiliza el género policial para tratar temas relacionados con derechos humanos, Colil conoce su oficio, exhibe una prosa inteligente, aplomada, culta, de modo que estaríamos ante una lograda novela breve si es que el autor se diera por satisfecho con la esencia de la trama y no se desparramara en capítulos laterales, que en gran medida se alejan del núcleo central y poco aportan al desarrollo de
El reparto... Así, hay niños lobos, ahogados que reaparecen después de dárseles por perdidos, chicos que crecen hasta la madurez, si bien se quedaron pegados en la infancia remota, videntes, sombras del más allá, diálogos entre la presunta Fresia y sus visitantes y otras variables que solo logran confundir a lo largo de todo
El reparto...
Tal vez el problema principal de esta obra, que es común a la mayoría de los textos que se publican en Chile, está en el hecho de que Colil altera el punto de vista narrativo una y otra vez y, sobre todo, recurre a una cronología expositiva que salta de un punto al otro sin necesidad o quizá por mostrarse original. Desde luego que una intriga de suspenso se puede prestar para toda clase de experimentos; no obstante, siempre es preferible ir a la segura; es decir, componer el enigma de modo lineal, lo que, por lo general, garantiza un resultado feliz. Y si
El reparto... consigue entretener, ello se debe al eje argumental en el que se sustenta y no a los rellenos adyacentes que debilitan a este trabajo.