Se ha dicho que la destreza lineal, concretamente el dibujo y el grabado, constituye un atributo peculiar del arte en Chile. No faltan testimonios que lo demuestran. Y si de gráfica se trata, el Taller 99 podría considerarse el ejemplo colectivo más contundente. Y ya que durante el presente año se cumplen 60 años desde su fundación, integrantes actuales y sobrevivientes de él lo celebran con una exposición, como corresponde, en la Sala Matta de nuestro Museo Nacional de Bellas Artes. A través de documentos, textos didácticos, fotografías, filmaciones, herramientas manuales, matrices con su estampado respectivo se nos entrega una mirada histórica de la institución, verdadero mito viviente hoy día. Un muestrario de las distintas técnicas del grabado la complementa. El nombre de Nemesio Antúnez, su visionario fundador, y de Roser Bru, la cofundadora, destacan suficientemente. Asombra contemplar una lámina de esta última, ejecutada durante 2017. Más allá de su edad tan avanzada, la litografía -vivaces, una mesa y un mantel que portan encima objetos abstraídos- y ¡ese florero! resultan un trabajo creativo espléndido.
Asimismo, entre los artistas más conocidos participantes, llama la atención Isabel Cauas con la visión de tres arbolitos muy frágiles -asunto tan suyo y, a la vez, símbolo ecológico-, observados tras un ventanal. Su vuelo formal y su expresividad intimista la convierten, acaso, en la obra más bella de la exhibición. Tampoco olvidemos la maestría, el lirismo, la imaginería personalísima de Santos Chávez. Pero no sólo ellos destacan. Entre los artistas de trayectoria tenemos también a Humberto Nilo y la excelencia de su imagen genuina; a Bororo con parejas bailando en fila, cuya horizontalidad en medio del vacío es rota mediante la gracia de los cuerpos contorsionados; a Mario Soro y la solidez de un acertado tributo a la diáspora penquista -Millar, Vilches y Cruz-, o el encanto malicioso de una pareja dinámica, típica de Irene Domínguez. Sumemos, por cierto, a María Angélica Miranda -enigmáticos, vigorosos objetos de adecuada coloración-, Pablo Canals -multitud bien resuelta-, María José Mir y la monocromía que anima sus acerados guantes estáticos.
Pero, probablemente el aspecto más atrayente que proporciona este conjunto de 99 participantes resida en los muy numerosos artistas nuevos. Sus conquistas, aunque dentro de un buen nivel general, aparecen algo desiguales. Por eso valga centrarse en aquellas láminas que reflejan mayor personalidad e inventiva. Comencemos con las Penumbras densas, insinuantes de Guadalupe Ávalos. Igualmente recurren al claroscuro figurativo Ángeles Ferrada y Alexa Lilayú, siendo utilizado con morbidez por el cruce de umbrales parciales de la primera y con cierto acento misterioso en la visión propuesta por la segunda. Rosana Fenocchio nos entrega, en cambio, un muy realista estuche abierto con objetos, cuya luz y oscuridad dominante adquieren un particular rango visceral. Por su parte, otro par de autores interpretan de maneras bien diferentes la imagen de una prensa de grabado. De ese modo, Vicente González la muestra expeliendo pliegos de papel que emprenden vuelo. Nelson Plaza, entretanto, acentúa la fantasía del asunto, añadiéndole un cromatismo juguetón.
En Las Condes
Con expositores poco conocidos por el público santiaguino, la Corporación Cultural de Las Condes presenta un grupo de once cultores del grabado, en Valparaíso y Viña del Mar. Se les ve poseedores de experiencia técnica. No obstante, es la calidad e individualidad de sus imágenes lo que permite destacar a los mejores. De ese modo, sobresale en gloria y majestad la xilografía de Loro Coirón -Marisquería Rosita (2015)-, a través de su realismo monumental, de la vivacidad de sus negros y blancos netos. Javiera Moreira, en cambio, establece sin color la solidez formal y un arranque de lo reconocible del trabajo. Tampoco incluye cromatismo el
collage con aluminio de Víctor Maturana, cuya imaginería coincide un poco con la recordada Luz Donoso. La coloración sí aparece tanto en el barroco mundo de Jorge Martínez -Los reinos combatientes- y en la bien equilibrada tradición del Proyecto fisiología, de Cristián Castillo.
En el mismo centro cultural exponen 24 autoras, alrededor de la maestría y el refinamiento sensorial de Lea Kleiner. Exhiben sus respectivas miradas, de 2016, de nuestra pampa salitrera, un tema aún no suficiente explotado por los artistas nacionales. Tenemos aquí, para comenzar, la delicadeza con que María José Alomar consigue captar la majestad de la pampa, mientras Luz María Villarroel aporta una sugestiva interpretación de un grupo de niñas, acaso nortinas. Por otro lado, no falta empuje vigoroso a la propuesta abstraída y color desierto de Inge Schöbitz ni limpidez figurativa a Maite Wainer. Si los atributos propios de la acuarela se cumplen bien en las flores de Mercedes Calvo, Gracia Cosmelli nos muestra los arbolados peculiares de las oficinas salitreras.
Taller 99/60 años
Muy adecuada celebración y nombres nuevos
Lugar: Museo Nacional de Bellas Artes
Fecha: hasta el 24 de septiembre
Valparaíso, región de grabadores
Pampa salitrera
Acuarelas de Lea Kleiner y sus alumnas
Lugar: Corporación Cultural de Las Condes
Fecha: hasta el 27 de agosto