Suena a exotismo. La historia de la ciudad está plagada de machos alfa ordenando el territorio. Papas, reyes, barones, intendentes... si no es por Jane Jacobs, no hay mujeres en el panteón del urbanismo. Prácticamente, todas las carreras profesionales son tradicionalmente machistas, y Arquitectura, Geografía e Ingeniería no son excepciones. Hace no muchos años recién se reconoció la distinción de género en el título.
Yo, por ejemplo, en el papel, soy arquitecto. Lo comentaba con otra colega "ingeniero", quien me decía que firmaba con el título en masculino, porque sentía que había estudiado una carrera pensada para hombres y que les había ganado un pedazo de terreno que ahora exhibía con orgullo. Nos lo dijeron nuestros profesores del siglo pasado, y hasta nuestros compañeros -también del siglo pasado-: ocupábamos un espacio que no nos correspondía. Para nosotras era más apropiada la gráfica o, cuando más, la decoración de interiores, si teníamos inquietudes espaciales. Había un lugar para la mujer y tenía límites.
Narro esto más desde la impresión que desde el despecho, pensando en que a las nuevas generaciones seguro les parecerá una anécdota extraída desde la prehistoria. Porque, por fortuna, la realidad ha cambiado radicalmente y las mujeres igualan en número, e incluso superan a los hombres en las escuelas de Arquitectura. ¿Cómo será el futuro de nuestras ciudades en manos de arquitectas?
La historia nos da respuestas, porque las mujeres siempre hemos producido el espacio urbano tácitamente, desde nuestras costumbres, desde nuestros anhelos y también desde nuestros temores. Hemos dictado cambios en el espacio público, volviéndolo más ameno y estético. Vinculadas históricamente a la caridad (porque ese también era un buen lugar para nosotras), hemos revolucionado la mirada social del patriarcado e incidido en políticas urbanas de vivienda e infancia. Mujeres, al pie del pilón de agua y la olla común, son las que han sostenido a las poblaciones que luchan por una vivienda digna. Hemos defendido nuestros barrios y donde juegan nuestros hijos, participando más que los hombres en organizaciones comunitarias. Un futuro urbano en clave femenina no puede sino ser más auspicioso.