La indisciplina política ha ido ganando terreno en Chile. A medida que se aproxima el plazo límite para inscribir las listas parlamentarias, todos los partidos y coaliciones exhiben fisuras que transmiten a los ciudadanos una impresión caótica. Como en ningún otro momento, es en la definición de candidaturas donde la política muestra su rostro más shakespeareano, el de la lucha abierta por el poder.
En los sistemas presidencialistas los representantes tienden a ser menos obedientes que en los regímenes parlamentarios. Pero en Chile siempre existió una elevada dosis de orden. El profesor turco Ergun Özbudun fue, en 1970, el primero en estudiar el comportamiento de los legisladores y planteó la distinción entre cohesión y disciplina interna. La primera tendría que ver con la identificación con los objetivos y la segunda con la capacidad de coacción de los líderes del partido.
En el pasado, la tensión ideológica tuvo que ver con la cohesión partidaria. Y a partir de 1989 la disciplina en Chile se mantuvo alta, particularmente en las bancadas oficialistas, hasta que en 2005 aparecieron los diputados "díscolos" que le hicieron perder la mayoría parlamentaria a Michelle Bachelet en su primer gobierno. El fenómeno coincidió con la creciente convicción de los parlamentarios chilenos de que sus formaciones debían permitir libertad de voto en los asuntos de conciencia, morales o religiosos. Así lo reflejó la encuesta del Proyecto de Elites Latinoamericanas (PELA), de la Universidad de Salamanca. Los datos recogidos entre 2003 y 2008 muestran que casi el 80% de los legisladores chilenos exigían dicha libertad frente al 57,3% en Argentina o el 44,6% en México. El deterioro de la disciplina en Chile tiene mucho que ver con la manera en que los cambios sociales han impactado a los partidos, tanto de izquierda como de derecha, por lo que es un dato con el que hay que contar.
La disciplina de voto también es una manera en la que los partidos garantizan a los electores que su comportamiento será previsible. Y esa previsibilidad es la que permite que los votantes premien o castiguen en las urnas su conducta. Ya a principios del siglo XX, el alemán Robert Michels formuló su "ley de hierro de la oligarquía" con la que intentaba explicar la paradoja de que unos partidos políticos, esenciales para el juego democrático, se convertían en organizaciones jerárquicas poco democráticas.
Ahora mismo, la ciudadanía percibe con claridad los codazos y puñaladas que se dan en el Frente Amplio en torno a la candidatura de Alberto Mayol, en la Nueva Mayoría respecto de José Miguel Insulza y los senadores comunistas, en la Democracia Cristiana y en la Alianza por Chile. El choque entre Evópoli y la UDI, cuya desconfianza hacia Andrés Chadwick Piñera ("Andrés es más Piñera que Chadwick que nunca antes", dicen algunos de ellos), es muy elevada y está desatando todo tipo de reproches y dimisiones.
Por lo tanto, cualquiera que sea el próximo presidente deberá considerar la creciente indisciplina que reina en la política nacional. A nadie se le oculta que los votantes están mirando lo que sucede en los partidos y el nivel de "ruido" que transmiten. Y probablemente penalicen al que demuestre menos disciplina. Sin embargo, se da la paradoja de que como probablemente nadie obtenga una mayoría parlamentaria que le permita gobernar con comodidad, lo que realmente necesita el próximo presidente es que haya disciplina en las propias filas y mucha indisciplina en las del adversario para poder intentar captar futuros "díscolos" con los que construir mayorías.
John Müller