En poco más de un lustro, el Teatro Sur se ha consolidado como uno de los grupos que más se debe tener en la mira. Lo que lo convierte en un conjunto de excepción es que -al menos en sus tres últimos estrenos- parece determinado a hacer un teatro de propósitos ambiciosos; y en buena medida, lo consigue.
Sin achicarse, aborda textos de una agudeza y espesor intelectual escasos en nuestro medio, que rebosan de referencias históricas, artístico-culturales e ideológicas para convertir la escena en un estimulante espacio de reflexión sobre el actual estado de cosas; imbuido por cierto del furioso escepticismo propio de este tiempo. Sus montajes remecen y provocan al espectador enfrentándolo a una ineludible marea de preguntas, contradicciones e ideas dudosas o inquietantemente críticas.
Tras "Los justos", de 2014, e "Inútiles", el año pasado, vuelve a suceder en "El acorazado Potemkin", con dirección y dramaturgia de Tomás Henríquez (28). En el centenario de la Revolución Rusa, su texto reinterpreta la película de ese nombre de 1925, considerada por muchos como la mejor jamás filmada. Concebida como un poema audiovisual, en ella su realizador Serguei Eisenstein recrea el motín en el puerto de Odesa de la tripulación de ese barco contra la oficialidad zarista por las inhumanas condiciones laborales, lo que provoca una matanza represiva. El filme, que es sin duda propaganda soviética, convirtió el hecho ocurrido 20 años antes, en un emblema revolucionario.
La Mujer del Coche, madre de la guagua que se despeña por la escalera de Odesa en la escena más antológica de la película, anuncia que la obra narrará lo que el filme no cuenta, y reaparece en los entre cuadros para comentarlo. Vemos una serie de escenas en que cinco marineros sobrevivientes de la masacre navegan en el Potemkin a la deriva por el Mar Negro, sin saber qué hacer ni dónde ir. Luego otra secuencia de situaciones se alterna con las anteriores, mostrando al propio Eisenstein y sus asistentes en una reunión de preproducción de la cinta.
La yuxtaposición de estas dos líneas narrativas que nos agobian con sus múltiples digresiones, referencias de todo tipo y contradicciones, expresa, en una atmósfera de confusión y desaliento, una visión de la realidad marcada por la incerteza. Nos dice que la política y los movimientos revolucionarios, al igual que el cine, son artificios llenos de engaños. Habla del fracaso de los sueños e ideales de crear un mundo mejor, y bucea amargamente en la ilusión del arte de cambiar a la sociedad.
Entre muchos otros tópicos toca el poder de la imagen, el valor discutible de la militancia, lo inútil de los gestos heroicos, la homosexualidad en el arte (a propósito de Eisenstein). Hacia el final arriesga una escena onírica -un joven marinero tiene un encuentro con una sirena, símbolo de las falsas doctrinas- y la última escena marca un regreso al punto de partida, sugiriendo el eterno carácter cíclico de la historia. Ciertamente, la ficción está referida al Chile de hoy, por eso su aire ocasionalmente irreal y atemporal permite alusiones a hechos y personajes más recientes.
Teatro Sidarte. Jueves a sábado, a las 20:30 horas, hasta el 12 de agosto.