La imagen perecedera del anuncio comercial, los rostros fugaces del mundo del espectáculo, los pasajeros líderes políticos, también algún popular artista o escritor en manos de Andy Warhol (1928-1987) se transfiguran. ¡Y con qué medios tan personales: la serigrafía y el color vulgares, la fotografía sacada del periódico o la propia, sobre todo su capacidad de elegir, de acuerdo al canon de Duchamp! Así, el más radical animador del pop art naciente introducía una de las formas más nuevas de hacer arte. Eran los inicios de la década del sesenta. Nacía como reacción contra la hegemonía de la abstracción imperante, proclamaba el más rabioso naturalismo de la imaginería vulgar, bien comprensible para el mundo consumista. Además, tiraba lejos la exclusividad de la obra de arte, su originalidad, su manufactura refinada. Imponía la ordinariez de la tinta de imprenta, la falta de precisión propia de la serigrafía de factura rápida. Sin embargo, el vigor penetrante de sus propuestas, las repeticiones insistentes, la latente pulsación expresiva terminaron por conquistar al espectador y hasta a conocedores, coleccionistas.
Durante los actuales meses invernales se nos ofrece la oportunidad de comprobarlo, en el Centro Cultural La Moneda. Es la retrospectiva del hijo predilecto de Pittsburgh, la capital del acero y una de las ciudades más feas de Estados Unidos. Procede, precisamente, de su prestigioso The Andy Warhol Museum, garantía inequívoca de autenticidad. Abunda en ella el material documental, a través de fotografías en blanco y negro de la triunfante vida social del artista, junto a la filmación en amplio formato que lo muestra pintando el suelo de un recinto (1976) o, más pequeño y en colores, con él hablando, comiendo, fotografiando a un perro callejero. Tampoco falta, por lo menos, algún ejemplar de su cine notable: el enfoque estático de 24 horas de la vida habitual de un Empire States brumoso. Pero dos grandes instantáneas cuidadosamente estudiadas, pero de otras paternidades, asimismo, se hacen admirar. Con y sin color, respectivamente, una (1981) presenta a Warhol posando junto a un gran danés y delante de un abstracto cuadro suyo, la otra (1965) lo ofrece dirigiendo hacia nosotros la cámara, dentro de un dinámico trío de personajes.
En cuanto a la producción en dos dimensiones del estadounidense, el conjunto entrega los primeros dibujos coloreados, correspondientes a los años 50. Llama ahí nuestra atención la fantasía frívola de sus diseños de zapatos femeninos y el barroquismo coqueto de sus gordas saltarinas o de sus postres helados, donde ya asoman los cálidos rosados característicos. Durante la década siguiente, las arquetípicas serigrafías de Lys y, sobre todo, de Marilyn marcan cumbres en la madurez del pintor. Sus contornos borrosos, la impresión voluntariamente incorrecta, los chillones colores kitsch se convertirán luego en una constante, mientras la ejecución misma de las obras resulta ahora confiada a ayudantes. El artista se limita a seleccionar, a escoger, dejando de pintar.
El año 1971 constituye otra cima: una misma imagen reiterada 10 veces y de gran tamaño nos remece. Es la serie La Silla Eléctrica. Ella, a partir de una fotografía vertida en serigrafía, antes que esconder acrecienta su siniestro efecto trágico, gracias a la densidad acordada al claroscuro y a las frecuentes monocromías. Similar década se deja ver rica en conquistas perdurables. Están, por ejemplo, ciertos rostros: repetido cinco veces, el del omnipresente Mao Zedong, sacado de su autorreferente Libro Rojo, donde el color solo -¡ese azul!- define las variaciones. O el de la actriz Lisa Minnelli, modelo de vigorosa síntesis; el del cantante Mick Jagger, con interesante dibujo superpuesto. Y la movilidad espléndida del gran Autorretrato con huellas de textura -en las que insistirá unas pocas veces después-, el cual superpone, a la manera cubista, diferentes ángulos de visión. Pero ante todo, emergen entonces las esculturas, paradigmas de pop art y eco directo de Duchamp. Estos ready made constituyen simples cajas de Sopa Cambell's, jabón Brillo, Heinz Tomato Ketchup, Del Monte Peach Halves.
Respecto de los siete años postreros del autor hay que destacar, junto a los retratos de celebridades, como el del escritor Tennesse Williams y su mirar tan profundo, algunas temáticas nuevas: el desvergonzado signo $, con su efecto de trazos de tiza dentro; las pistolas; los cuchillos. También de entonces son, carentes de cromatismo y uniendo cuatro visiones iguales, sus atrayentes fotografías, protagonizadas ya por vistas aéreas, ya por la popularísima Estatua de la Libertad. Eso sí, en general durante estos tiempos finales hallamos cierta reelaboración de sus asuntos característicos que pierden, así, la espontaneidad y expresividad directa de los trabajos primeros. Por el contrario, de la etapa última emerge una voluntad de abstracción inesperada. Se trata de los Camuflajes y los Hilos -homenaje a Pollock, acaso-, que juegan con el diseño del uniforme militar.
ANDY WARHOL, ÍCONO DEL ARTE POP
Amplia retrospectiva del célebre autor, procedente del más seguro guardián de su obra
Lugar: Centro Cultural La Moneda.
Fecha: hasta el 15 de octubre