Lo que más molesta de los errores referiles es la hipocresía arbitral. ¿Qué les cuesta admitir a los jueces, al profesor Enrique Osses, a los dirigentes, que en incontables ocasiones por el famoso intercomunicador se corrigen yerros impresentables desde alguna caseta después de haber visto las repeticiones por televisión? Todo ese show de consultarle al asistente, de partir adonde el cuarto árbitro como si fuera un oráculo, de iniciar largos y caóticos diálogos con los cuerpos técnicos y de enervar al público y a los jugadores es una feroz pérdida de tiempo, un ejercicio tan falso como inútil, una coreografía propia de esos despóticos árbitros ochenteros que se creían más importantes que el espectáculo y que inventaban secuestros internacionales o se ponían de acuerdo para amañar los resultados y adjudicarse la Polla Gol.
Terminemos de una vez por todas con ese discurso decimonónico que el fútbol debe regirse por la falibilidad del ojo humano y asumamos que la integración de la tecnología tiene que comprenderse como un aporte y no como una intervención burocrática, demoníaca, un nuevo sistema de empoderamiento de la mafia de la FIFA para manipular los partidos y convertirse de nuevo en un gigante invencible.
Lo que debe primar por sobre todas las consideraciones reglamentarias y convicciones filosóficas del juego es un sentido final de justicia, un fundamento de igualdad ante la ley o, en este caso, ante quien la imparte. Solamente así no nos veremos enfrentados a los bochornosos episodios de malos arbitrajes, descuidos reglamentarios, "desconcentraciones" groseras y descriterios monumentales que cometen los réferis y asistentes nacionales.
Ahora es el momento preciso para crear el protocolo que posibilite la consulta abierta a los "jueces de imagen", para que ante una jugada relevante que genere dudas se desarrolle un operativo rápido, eficaz, lo más objetivo que se pueda y bastante "más perfecto" que la decisión humana. Otrosí: es el momento de otorgarle una real dimensión laboral a la figura del cuarto árbitro, circunscrito hoy a delatar a los entrenadores y ayudantes que se van de boca, escoltar a los jugadores que entran a la cancha a reemplazar a otros y también, cómo omitirlo, a levantar la tablita de tiempo agregado.
Más que tender a un profesionalismo muy difícil de materializar por el alto costo financiero y que de ningún modo garantiza ni siquiera una leve mejoría en el nivel arbitral, o a escalar a un modelo punitivo hacia quienes se equivocan, ya sea de manera natural como también artificial, el referato chileno debe propender a un sistema que minimice los errores de apreciación y deje marginada a una diminuta expresión las fallas de procedimiento. Y ese sistema lo tenemos al alcance de la mano, instalado en nuestras pantallas. Si la FIFA ya lo avala en sus torneos, en Chile solo se requiere de voluntad política para implementarlo en su competencia. En este caso, el fin justifica los medios, porque la justicia no tiene precio.