El poder de la voz, que encanta, forma y hasta constituye el ser de quien escucha. La alegría de asistir a un recital donde todo fluye, de la mano de un artista generoso, simpático y tan dotado como el mexicano Javier Camarena, de quien se recordaba su debut en Frutillar, en julio de 2015, justo el día del triunfo de Chile en la Copa América. Esta vez no hubo partido, pero Camarena metió todos los goles, y el público salió feliz de la sala de CorpArtes.
El tenor tiene un instrumento seguro y vibrante en los sobreagudos, y despliega sus recursos técnicos con una facilidad asombrosa. El repertorio, como él mismo se preocupó de indicar al inicio, tuvo al amor como tema central, viajando por zonas tan distintas como el mundo del
Lied y la ópera.
Partió con tres canciones de Beethoven (Opus 83), sobre textos de Goethe, que no parecen del todo adecuadas a su expresividad. La atmósfera sonora quedó insinuada, pero no resuelta, a pesar de la delicadeza con que enfrentó esa obra maestra en miniatura que es "Wonne der Wehmut" (Alegría de la tristeza). Tampoco el pianista Ángel Rodríguez ayudó a invocar el clima exacto de intimidad.
Muy diferente fue el caso de los "Sonetos de Petrarca", de Franz Liszt, partituras escritas entre 1832 y 1842, que demuestran la cercanía del compositor húngaro con el
belcanto italiano. No muchos conocen esta parte de su producción, pero sus cuadernos de
Lieder (alrededor de 80 melodías) son un arduo territorio que necesita un pianista de gran capacidad (Ángel Rodríguez lo fue) y un cantante como Javier Camarena, dispuesto a la modulación constante y que domine la
messa di voce, técnica que consiste en cantar una nota con una dinámica de
pianissimo y lentamente abrirla y hacerla más poderosa hasta un forte para luego reducirla hasta un
pianissimo como al principio. Todo eso, además de riqueza de colores y exactitud musical, en páginas cuya característica es la libertad tonal y la progresión armónica.
En "Pace non trovo, e non ho da far guerra", el tenor subrayó el carácter controvertido de un texto con frases como "Paz no encuentro y no he de hacer la guerra", y donde el vehemente hablante dice que teme y espera, que arde aunque es un hielo. Y así declara: "Y no me mata Amor y no me libra (...) Odio me causo y a otro ser amo". Estuvo admirable en "Benedetto sia 'l giorno", que consagra el "dulce afán que sufrí al ser a Amor unido" y donde nombra a Laura, en cuya imagen se confunden "los suspiros y las lágrimas y el deseo". Finalmente, en "I' vidi in terra angelici costumi" (Vi en la tierra gracia celestial) el artista supo hacer del llanto un "dulce concierto", determinando que el recuerdo de las celestes bellezas tanto alegra como duele, y que "cuanto miro parece sueño, sombra y humo".
Tras el intermedio vino la ópera. "Dies Bildnis ist bezaubernd schön" (Mozart), tuvo un enfoque algo artificioso y sin la necesaria transparencia. Pero fue solo el preámbulo para el ámbito donde vive el verdadero Camarena: el
belcanto italiano. Su material no es hoy el de un típico rossiniano ligero, sino el de un tenor que se ha vuelto más lírico, preservando el virtuosismo. Estuvo notable en "A te, o cara", de "I Puritani" (Bellini); en las evoluciones de "Languir per una bella", de "L'italiana in Algeri" (Rossini), y en "Tombe degli avi miei", de "Lucia di Lammermoor" (Donizetti), cantado con convincente garra dramática. Terminó con su infaltable y aclamada versión de "Ah, mes amis quel jour de fête", de "La fille du régiment" (Donizetti), con los impresionantes nueve Do.
Los aplausos obtuvieron cinco
encores. Por primera vez en 15 años, Camarena volvió a cantar el aria "Pourquoi me réveiller" ("Werther", de Massenet), todavía no suficientemente pulida y que muestra su avance hacia otro repertorio. Siguió con "Te quiero, morena", de la zarzuela "El trust de los tenorios" (Serrano) y la tonada chilena "Yo vendo unos ojos negros" (Pablo Ara Lucena), para terminar con "Júrame" y "Despedida", de María Grever, compositora mexicana que cuenta con más de 800 canciones.