Primero pongamos orden. Los presidentes de las sociedades anónimas del fútbol no son más malos que los empresarios que se coluden, se organizan y confabulan en las farmacias, el retail , la producción de pollos, el papel higiénico o las financieras, a quienes la FNE y el TDLC no tratan de "carteles" precisamente, pese a que con sus actividades y chanchullos afectan a toda la población -sobre todo a los más pobres-, lo cual no es el caso de estos señores, que sólo tienen exacerbado al afán de lucrar.
Dicho eso, precisemos que estar hoy sentado en un sillón de la sala de plenarios de Quilín es una tremenda oportunidad, reservada para unos pocos privilegiados. La última vez que escribí de esto, Sergio Jadue -a través de sus empleados de entonces- amenazó con una querella por utilizar la expresión "quedarán forrados de por vida", por lo que trataré de evitarla ahora, pero la figura es bien simple: hay una torta que se repartirá en 32 porciones (aparentemente iguales) por la venta del CDF que podría alcanzar los mil 200 millones de dólares, de los cuales las primeras cuotas y bonos de venta serían muy jugosos, y el resto se iría repartiendo a lo largo de los años que dure la concesión.
O sea, el que esté sentado en los próximos meses en uno de esos sillones quedará forrado de por vida. Por eso hay tantas cortapisas, pagos y condiciones para entrar al club de los 32. Por eso el dueño de Barnechea tiene una postura cuando se trata de echar a un aspirante y otra contraria cuando se trata de reingresar. Por eso todos se miran de reojo y por eso la gente de La Calera, que parece ser el próximo en cruzar la puerta de salida, hará lo imposible por evitarlo.
Por eso, también, no se trepida en recurrir a la justicia ordinaria, aunque eso haya significado -en la jerga gangsteril- "dispararse en un pie", porque motivó a las autoridades a poner el ojo vigilante en lo que parece ser el negocio del siglo y a los adláteres de la FIFA a resucitar la doctrina de la exclusión internacional por recurrir a los tribunales ajenos al fútbol, como si la gran verdad universal no se hubiera encontrado precisamente porque la investigación la hicieron fuera de la justicia futbolera, precisamente.
Entronizado el sistema de las sociedades anónimas -de las cuales nuevamente abjuro-, es complicado encontrar una solución simple al tema, sin tocar precisamente la libre competencia y el afán de lucro que el concepto lleva emparejado. La lógica financiera impone crear un sistema de franquicias, pero para eso habría que hacer borrón y cuenta nueva, lo que a estas alturas es imposible, viniendo de adentro del sistema.
Aquí estamos. Entrampados. A la espera de una reforma legal que se ve lejana e improbable, porque fueron los propios parlamentarios de la época los que emporcaron un proyecto que se veía más justo, más viable, menos vulnerable. Honestamente, en el Estado no parece estar la solución. Y en el fútbol tampoco.