Desde que iniciamos la lectura de
La patria de cristal se percibe que es una novela diferente, de indiscutible calidad narrativa, que se eleva muy lejos por encima de tanta mediocridad e insipidez que encontramos publicada en estos días. Después de experimentar con relatos de distintos propósitos y formas, Elizabeth Subercaseaux ha encontrado un manantial que le ha dado excelentes frutos con sus novelas
La música para Clara y
La pasión de Brahms . Como ella misma declaró en su momento, mientras las escribía descubrió que los chilenos sabíamos muy poco acerca de lo que Unamuno habría llamado la intrahistoria de nuestras raíces y de los primeros frutos del árbol nacional. El resultado de su descubrimiento es
La patria de cristal , un texto caleidoscópico que une el documento histórico, la minuciosa investigación de fuentes y las imágenes de la ficción para entregar un riquísimo panorama de los años que se extienden desde finales del siglo XVIII, más precisamente desde el momento en que Bernardo O'Higgins regresa a Chile lleno de anhelos libertarios, hasta los últimos estertores de la revolución de 1891.
Con el estilo que la ha caracterizado siempre, ágil, rápido, que no se detiene en lo profundo porque se deleita más en las descripciones y perfiles y que, me imagino, debe mucho a su formación de periodista, Elizabeth Subercaseaux ha dado fin a un proyecto de ambiciosos alientos que, según recuerdo haber leído en entrevistas de hace un par de años, buscaba inicialmente indagar con la imaginación en las condiciones reales en que vivía la mujer chilena durante el siglo XIX, pero que al correr de la pluma, o al cliquear de la computadora sería mejor decir, se transformó en
La patria de cristal , una novela impecable, cuyo propósito más profundo, me parece, es utilizar las libertades de la ficción para descubrir en nuestro pasado una identidad que se ha mantenido incólume, a pesar de los cambios de protagonistas y de situaciones que han ido jalonando nuestra historia. Observar las sucesivas generaciones de una familia que hunde sus raíces en la aristocrática sociedad colonial y cuyos miembros han mantenido siempre contacto con las figuras históricas que han marcado el rumbo del país, es el recurso que permite proyectar lo íntimo y lo privado hacia lo social y lo público. Pero la voz narrativa desecha imágenes preestablecidas y no presta oídos a los sonoros acordes de la historia oficial. En su lugar mira a través de los ojos de quienes participaron en los hechos cotidianos que están en las raíces del discurso oficial que define a Chile o, más importante todavía, desde el punto de vista de la ficción literaria, privilegia una interesante mirada desde atrás, que observa las espaldas y no los rostros impasibles y las poses marmóreas que adoptan nuestros próceres en los manuales de historia. Frente al lector surge el ser humano que se esconde detrás de los retratos (supuestos) de Portales, los Carrera son contemplados por Isabel Riquelme; un colérico Marcó del Pont describe la suciedad de los chilenos y la llegada de la familia Infante a Santiago permite describir la miseria de la capital en el tiempo del asesinato de Portales. Más avanzado el siglo, las palabras de Vicuña Mackenna definen el desprecio de la aristocracia decimonónica hacia los habitantes naturales del país y el mismo historiador comenta las opiniones de Blest Gana sobre la defectuosa identidad de los chilenos. Pero la voz narrativa se encarga de recordarnos que no leemos un libro de historia que pretende ser diferente, sino una obra de ficción que presenta a la historia de una forma diferente. La novela rinde homenaje a las representaciones maravillosas con la descripción de Elvira, "una niña de ojos misteriosos que hablaba con los muertos"; otro personaje escribe una novela misteriosa donde sucede lo que el lector ha contemplado en las páginas de la que tiene entre manos y la periódica aparición de un cóndor transforma el espacio de la historia en propiedad de la poesía.
Mucho más se podría escribir sobre esta excelente novela que reafirma a Elizabeth Subercaseaux como una de las más importantes escritoras chilenas contemporáneas.