El chileno Gustavo Miranda-Bernales (26) abrió el ciclo Grandes pianistas del Teatro Municipal el viernes con un recital ambicioso y que le permitió, en la primera parte, lucir su dominio en obras muy distintas. Comenzó con la Sonata en La bemol mayor, Hob. XVI:43 (publicada en 1783) de Haydn, con dos movimientos breves y amables que desembocan en un mucho más elaborado Presto , en la forma de tema con variaciones. Miranda brilló aquí por su limpidez y control del volumen y, hacia el final, haciéndose cargo del humor que adquiere el tema gracias a los saltos de octavas.
Como en su presentación de 2013 en la misma sala, Miranda acertó al incluir una sonata del ruso Alexander Scriabin (1872-1915), esta vez la Nº 2 (1897). Escrita en dos movimientos, la pieza muestra a un joven Scriabin -casi de la misma edad que el intérprete- en busca de su identidad entre la tradición del romanticismo y la naciente modernidad, pero ya siendo el mismo original compositor de las obras que le seguirían. Al pianista le gusta y se siente cómodo en esta música que pasa de la ensoñación oriental del Andante al vértigo urgente del Presto . Scriabin no se toca mucho en Chile y se agradece una versión sólida, propia, llena de matices, como la que ofreció Miranda.
Le siguieron cinco de los doce preludios del Libro II (1911-1913) de Debussy, con su característico cromatismo que a ratos se vuelve un enjambre, entre el cual Miranda supo extraer con toda naturalidad -y un pedal muy bien manejado- los motivos de estas proposiciones breves, tan bonitas y cargadas de futuro. Destacó el último, "Feuxd'artifice", entregado con virtuosismo y clara intención interpretativa. Excelente.
El segundo tramo del programa estuvo dedicado a la sonata más larga y demandante de la producción de Beethoven en particular y de todo el repertorio pianístico en general: la Nº 29, Op. 106, "Hammerklavier" (1818). Rehuida por intocable o inabarcable por un buen puñado de solventes pianistas, esta partitura presenta desafíos mayores, en la técnica y en el arco emocional que describe. Miranda dio cuenta de un bien trazado plan para el largo viaje que supone esta sonata crítica. Aunque partió aproblemado en la grandiosa apertura del Allegro , lo que le quitó concentración a él y a los que escuchábamos, la interpretación se repuso magníficamente en el extenso Adagio sostenuto , con sus secciones muy delimitadas. Luego de una pausa larga entre éste y el Largo. Allegro risoluto final -que suelen tocarse sin interrupción-, Miranda abordó los súbitos contrastes y la sofisticada y monumental fuga de este último movimiento. De nuevo se justificaron las virtudes de su concepción, el Municipal ovacionó, pero ésta no es una entrega que se pueda llamar definitiva.