Durante años no tomé café alguno, por dos razones: quería vivir más y mejor, y no menos y peor.
Algo comprobado en innumerables estudios universitarios.
En consecuencia suprimí de raíz el café que acortaba la existencia y aumentaba los riesgos del patatús porque la cafeína, como todo el mundo intuía y después sabía, es una sustancia que carcome por dentro y es veneno para la hipertensión.
Horada con su acidez, perfora con su escozor, demuele lo que toca.
Provoca taquicardia que anuncia la explosión, latidos irregulares, una arritmia que advierte la tragedia, insomnio, exceso de insulina, se disparan los triglicéridos y se desmorona el necesario equilibrio electrolítico.
Se vive menos, por culpa del café.
Ahora leo en dos recientes estudios universitarios, uno de Estados Unidos y otro del Reino Unidos, que el café aumenta la esperanza de vida.
Lo dicen desde Stanford y desde la Escuela de Salud Pública del Colegio Imperial inglés.
Los beneficios son múltiples: reduce los riesgos de cáncer y diabetes, controla y evita las enfermedades infecciosas y también los accidentes cardiovasculares.
Así que se vive más, gracias al café.
Recorté un informe de la Universidad holandesa de Wageningen, de hace un tiempo, que parecía concluyente: los que toman vino tinto viven dos años más que los que prefieren cerveza, y hasta cinco años más que los abstemios.
Ahora me entero, y por otro estudio universitario, que las personas dependientes del alcohol reducen su vida en 20 años.
No soy dependiente en absoluto, por cierto, pero seamos sinceros: ya son 10 añitos menos. Y si lo hubiera sabido antes y cuando correspondía, el resultado habría sido la mitad: cinco. Ya es tarde.
Nací cuando el huevo, con su clara y yema, era dañino para el colesterol y eso todo el mundo lo sabía y repetía, y no había que ser universitario.
Era una bomba para el hígado y por eso, entonces, se debían consumir apenas dos a la semana o quizá tres, pero bajo circunstancias excepcionalísimas y jamás en semanas consecutivas.
Ahora me entero que no y que nunca tanto.
Lo leí en Authority Nutrition y en Nutrición Hospitalaria, y en páginas plagadas de especialistas. No hay nada mejor que un huevo y con uno diario no hay riesgos cardiovasculares comprobados, lo único cierto es su enorme valor nutritivo, reduce los triglicéridos, aporta ricos antioxidantes y claro que afecta el colesterol, pero al colesterol bueno.
Nací cuando el limón era pura vitamina C y un jugo estupendo, pero desde que se convirtió en zumo la cosa cambió: ahora es astringente, ataca la mucosa gástrica y hasta el esmalte dental.
Comí pescados como malo de la cabeza cuando supe, por estudios universitarios, que se disminuían en 33 por ciento los riesgos de ataque al corazón; pero ahora me dicen que las maté, porque debido a la contaminación de las aguas, en los pescados abundan las biotoxinas, el mercurio metílico y hasta el metal pesado.
Nací creyendo que las pasas ayudaban a la memoria.
Me como una al día.
Y lo hago para nunca olvidarme de ustedes: de los estudios universitarios.