A los llamados clubes grandes, en todo orden de cosas, siempre hay que pedirles algo más que lo básico. Ya sea en épocas de gloria o de crisis, están convocados a exhibir un desarrollo deportivo más acabado, un plan estratégico robusto, un ideario institucional que no dependa del resultado semanal o de una temporada puntual. Por cierto que en los últimos años, coincidentemente con el asentamiento de las SADP, ninguno de los clubes ha podido sortear las dificultades provocadas por las oscilaciones de una mala campaña. Uno y otro han terminado inmersos en profundos conflictos organizacionales, mostrando una total ausencia de protocolos ante trances propios de la naturaleza del fútbol. Y aunque la historia se canse de demostrar que estos episodios son cíclicos y que los protagonistas no siempre lo asimilen, esta vez el presente tiene enfrentados a Colo Colo y Universidad de Chile en veredas opuestas al momento de abordar un nuevo campeonato.
Colo Colo sufre un divorcio directivo que, contrariamente a todo lo que indican los textos, ha llegado a un enclave donde nunca debió ingresar: el camarín. Desde que los intereses y rencillas personales, sobre las convicciones de una política institucional, distanciaron a Aníbal Mosa de Leonidas Vial, el club padece de una desorientación preocupante que se refleja en su rendimiento, y lo aflige un extravío que ni el masivo apoyo de sus hinchas logra mitigar. ¿Cuáles son los principios deportivos que rigen a Blanco y Negro? ¿Quién realmente sabe hacia dónde quiere ir Colo Colo, más allá de las promesas de títulos locales y éxitos internacionales? ¿Qué lugar quiere ocupar hoy el club más popular del país en el desarrollo del fútbol chileno? Preguntas que no tienen respuestas, porque nada de lo que sucede en Colo Colo tiene una explicación que parta de un razonamiento lógico, todo es consecuencia de una sucesión de desaciertos administrativos y técnicos.
La partida de jugadores por discutibles razones extrafutbolísticas, el visceral despido de un gerente deportivo que nunca tuvo un rol trascendente, el cuestionamiento generalizado de un entrenador errático, las amenazas de muerte a un presidente controvertido y las manipulaciones contractuales de un jugador al borde del retiro son señales evidentes, manifiestas, potentes, de que se requiere de un ingreso urgente a pabellón antes de que el paciente colapse.
Universidad de Chile, en contrapartida, supo aplicar el antídoto después de soportar una enfermedad demoledora. Y eligió un revulsivo que atacara directamente el mal: la ausencia de un liderazgo creíble, de una personalidad que con simpleza y voluntad redireccionara la energía de un grupo decepcionado, con marcados antagonismos y una completa carencia de confianza. La apuesta institucional de la U, fundamentada en el discurso evangelizador y alejado de toda polémica de su entrenador, tuvo un efecto colectivo inmediato y se consagró con un título casi milagroso. Quizás le faltó consolidarse con una propuesta futbolística más ambiciosa y convincente, pero claramente, la doctrina que ha pretendido impulsar su técnico apunta a pagar esa deuda que dejó, pese a conquistar la corona.
Es difícil imaginar, si es que el fútbol responde a alguna lógica estructural, que a una semana de comenzar el torneo Colo Colo sea capaz de acercarse a la solidez y claridad que vive su archirrival.