El Estado Islámico, ISIS, parece al borde de una derrota, el principio del fin. Ese es el mensaje optimista. La liberación de Mosul de su yugo sería parecida a la caída de Berlín en 1945.
No lo veo de esta manera. Aparte de que la batalla de Mosul ha durado más que la de Stalingrado -y que el yugo de ISIS será reemplazado por yugos más ligeros, pero en ningún caso una democracia-, pienso que este grupo fanático tuvo una victoria asombrosa que debería ser un recordatorio indeleble en la política mundial. ¿Por qué? Raymond Aron decía hace más de medio siglo que la transformación técnica que trajo consigo la modernidad dejó atrás los tiempos en que una banda armada podía destruir a un Estado y apoderarse de su territorio; la capacidad práctica del Estado moderno impedía que sucediera algo como eso.
Me temo que ISIS ha desmentido al eminente pensador francés. Una banda armada con motivación religioso-política de afán totalitario se apoderó por tres años de la mitad de cada uno de dos países, Irak y Siria, constituyendo por este lapso una especie de Estado que incluso funcionaba en algunos sentidos. Y no fue mediante la guerra de insurgencia o guerrillas, sino que en asalto directo, un blitzkrieg fulminante. Sendero Luminoso y las FARC, entre muchos otros, dominaban provincias enteras, pero con la estrategia del sigilo y desgaste al ejército regular. Siria e Irak no habrán sido modelos político-morales, pero sí en otro tiempo fueron potencias militares. Eso es lo que hace pasmoso el triunfo de ISIS, aunque sea por tres años (si es que lo erradican). La abolición del Estado es una realidad posible en este mundo -más allá de las utopías socialistas y liberales que lo anunciaban-, pero fue reemplazada por otra suerte de Estado, la tiranía puritana que ejerce un especial aunque travestido y perverso deleite de los sentidos.
En nuestros países vivimos un proceso análogo que no se origina ni en una banda religiosa ni en la insurgencia. Se trata de una amenaza y que me gusta definir como la "naranja mecánica", en alusión a la utopía negativa de Anthony Burgess: un Estado de Derecho solo como máscara, tras la cual existe la guerra de todos contra todos, o "estado de naturaleza". En nuestra América sobresale esta grieta en la civilización, porque debería ser diferente. La delincuencia convierte precisamente en ese estado de naturaleza a barrios enteros, a ciudades enteras al anochecer; la vida cotidiana se transmuta en aprestos de seguridad siempre insuficientes, en escalada que percibimos imparable.
De acuerdo al Banco Mundial, en asesinados por 100 mil habitantes -un índice, un signo que señala al iceberg- Chile tiene 4; Argentina, 8; Brasil, 25; México, 16 (como para no creer que sea menos que el anterior); Venezuela, 62 -que siempre lo tuvo alto y ahora subió todavía más-, El Salvador, 64; Honduras, 75, y Guatemala, 81.
Un rasgo que es definitivo en este tipo de países es que para obtener seguridad resulta más confiable someterse a las mafias antes que acudir a la policía. Cuando se llega a este punto como que todo está perdido. Es equivalente a ISIS ad portas . Aunque sean países con democracia, y casi siempre todo sería peor si no lo fueran, esta deviene en careta, superestructura hueca con Estado impotente o corrupto. Para comparar, en Francia y Alemania el índice es 1 (uno). Aunque la pobreza es un factor subyacente, no lo es todo; lo importante es la capacidad de organizarse para constituir una verdadera sociedad civilizada.
Cada vez más los países se diferenciarán por lo que son capaces de organizarse -y por las buenas, ojalá- y aquellos que se arrojan a la naranja mecánica. En Chile, ¡cuidémonos!