La incómoda sensación que provoca introducirnos en ambientes extraños nos invade desde el momento en que comenzamos a leer el primer relato de
Postales de Transilvania, segundo libro de Claudio Rojas (1952), periodista y traductor chileno que reside en Londres desde 1977. Se trata de un mundo al revés, al que no adornan colores diáfanos, sino las tonalidades viscosas de lo alterado y retorcido, de lo que ha dejado de ser natural para convertirse en grotesco diseño de carnaval o, incluso, de pesadilla ("Teoría de la conspiración").
Las "postales" cubren un período histórico y tienen un referente de fácil reconocimiento. Las primeras se inician "en una época como esta, en que uno se ve obligado a andar con la vista fija en el suelo y fingir todo el tiempo que nunca ve nada de nada". Son los meses posteriores al golpe militar liderado por el general Gómez Saldías, cuando existe el toque de queda, y el sobresalto y el temor son los sentimientos generalizados entre quienes no se identifican con el nuevo régimen. Diecisiete años transcurren entre los primeros y los últimos cuentos del volumen. Estos adquieren un nuevo derrotero: sus historias presentan el destino de víctimas y victimarios una vez desaparecido el régimen impuesto por Gómez Saldías.
Llama la atención del lector que, a pesar de la distancia temporal que existe entre la fecha de publicación de
Postales de Transilvania y el referente histórico de los relatos, se produce intencionalmente en ellos un deslizamiento semántico similar al que utilizaron algunos narradores chilenos de las décadas de los 70 y 80 para esquivar la censura impuesta en los primeros años de la dictadura militar. Lugares y personajes han sido transformados por nomenclaturas que no alcanzan a ocultar sus identidades familiares (La Moneda, por ejemplo, se convierte en La Garrufa; Valle del Coipo remite a Valle del Maipo; "El Mercurio" es El Saturnal, y así sucesivamente), pero que gracias a un lenguaje que impresiona por su ingenio y sus pinceladas de humor negro adquieren los perfiles de caricaturas moviéndose en atmósferas nacidas de la confusión entre lo vivido y lo soñado. "Da lo mismo estar despierto que soñar", afirma uno de los narradores del volumen. Pero en nuestros tiempos no es necesario emplear recursos de ocultamiento para evadir vigilancias como la que ocurre en "Este sobre se recibió abierto". Claudio Rojas utiliza los deslizamientos para crear identidades imaginarias que transforman a individuos y situaciones identificables históricamente en "postales" de valor universal; para convertir lo contingente -vampiros impuestos sobre la naturaleza cuya violencia y maldad destruyen la belleza original del mundo, como se advierte en "Antigua postal"- en permanencias que superan sus límites históricos iniciales.
Claudio Rojas demuestra un excelente dominio de la forma clásica del cuento y de los recursos que otorgan agilidad y dinamismo a la lectura.
Narradores de personalidades impecablemente construidas y cuyos temples de ánimo evolucionan de acuerdo con la cronología interior del texto comunican las historias de
Postales de Transilvania. Su manejo del lenguaje constituye también otro mérito sobresaliente. Una prolepsis, una frase bien colocada en el comienzo de sus discursos y una serie de indicios que van abriendo incógnitas a medida que avanza la lectura, funcionan como intencionales señuelos que alimentan la curiosidad del lector y como acicate para que la lectura no se detenga sino hasta llegar a desenlaces con frecuencia inesperados y contundentes. "Nada hacía presagiar que esa noche sería diferente de las otras noches, ni menos que terminaría como terminó", afirma el astuto narrador de la postal "Es que siempre hemos sido decentes", quien, además, también resume la técnica de la sorpresa narrativa que Claudio Rojas maneja con indudable efectividad: "Aquí residía la fuerza del chiste: en su final inesperado".
Postales de Transilvania es, sin duda, un libro que merece destacarse. No debería pasar inadvertido a los ojos de lectores que buscan algo más que entretención.