Lo mejor que podría pasarle a Alexis Sánchez es que Manchester City suba la puntería y le ofrezca, además de un equipo altamente competitivo, una cifra inalcanzable, irrenunciable, un monto que ya no garantice su asegurado futuro, sino que deje pavimentado el de sus futuras tres generaciones, a propósito de que ahora mismo se le ha visto reflexionando sobre lo que se le viene por delante más allá del fútbol.
Es indudable que Sánchez debe manejar todas las variables de su futuro, por cierto desconocidas para el resto del vulgo, incluso para su propio representante. Pero si se queda en el Arsenal, tiene que asumir que lo más probable es que siga frustrado en su anhelo de salir campeón de la Premier League, porque difícilmente el equipo de Arsene Wenger vaya a obtener el título mientras tenga al francés en la banca preocupado más de mantener la forma, el orden y la estructura del club que de ganar el máximo trofeo.
La obcecación de los propietarios del Arsenal por conservar a un entrenador que ha dado pruebas de carecer de voluntad y espíritu para sentar superioridad, para aplastar al rival, choca violentamente con las más profundas convicciones del delantero chileno. Basta recordar la actitud, los gestos no verbales, las declaraciones y el creciente crispamiento de Sánchez en los últimos dos meses de la pasada temporada, para inferir que el divorcio del jugador con Wenger es una bomba de tiempo que explotará cuando los resultados no sean los esperados. Asumiendo en la cancha el liderazgo natural de un equipo futbolísticamente desequilibrado, Alexis no solo parece discordante con el discurso público del entrenador, sino que también con la temperatura ambiente del camarín de Arsenal. Nada puede hacer presumir que en sus últimos meses de contrato el escenario varíe radicalmente, más aún si el plantel no ha sufrido modificaciones sustantivas y el técnico sigue siendo el mismo que se salvó de ser desahuciado única y exclusivamente por el título de la FA Cup, conseguido cuando expiraba la temporada.
Alexis debe arrancar del Arsenal. Acercarse a Josep Guardiola, que lo conoce de memoria, y a un Manchester City que se ha reforzado más que convenientemente para afrontar la liga y también la Champions. Un plantel que tendrá a un Claudio Bravo que ya le habrá aplanado el camino y le abrirá un camarín. Y olvidarse de la maldición de Wenger, un técnico desgastado, obsoleto, apernado por la historia y la tradición, y también de un club que seguramente ya vio al mejor Sánchez que pudo haber visto, considerando el resto de sus compañeros. Ha llegado el momento de abrir una nueva puerta, firmar el mejor contrato de su vida y el último en el fútbol del primer mundo, y disputar con las mismas armas de los más poderosos los títulos que amerita su extraordinaria carrera.