"La política de nuestros días se ha vuelto indescifrable". Lo escribí en estas páginas hace algunas semanas. Tenía en la retina lo sucedido en Gran Bretaña con el Brexit y luego con May, así como el referéndum de Colombia, Trump en EE.UU. y Macron en Francia. En todos estos casos el comportamiento de los electores escapó de lo previsto. Lo mismo sucedió en Chile con las primarias. Esto dejó algunas víctimas, entre otros yo mismo. Vaticiné -craso error- que la primaria tendría tan baja participación que sus ganadores saldrían debilitados. Fallé en la premisa: la participación superó por lejos las expectativas, con lo cual sus triunfadores, Piñera y Sánchez, salen incuestionablemente robustecidos. De hecho, Guillier y Goic tendrán que hacer magias para compensar el sabor amargo que dejó en sus adherentes el habérseles privado de tomar parte en un evento democrático de esta envergadura.
¿Por qué hubo tal participación? De partida por un fenómeno que no había sido calibrado en toda su intensidad: el hastío -y hasta cierto punto la rabia- con este gobierno y los políticos que lo respaldan. Si este fastidio aún no se ha transformado en gestos de rebeldía que amenacen la gobernabilidad, es porque contamos con un mecanismo que libera la presión: el período de cuatro años. La gente se movilizó el domingo antepasado porque vieron en la primaria la antesala de un cambio que está a tiro de cañón. Pero hay dos posturas divergentes. Los que votaron por el Frente Amplio quieren radicalizar las reformas antimercado impulsadas por este gobierno, y los que lo hicieron por Chile Vamos quieren acabar y revertir tales reformas. Visto desde esta perspectiva, el antirreformismo ganó por paliza. En este sentido la primaria fue no solo un voto contra el Gobierno: fue también un referéndum respecto del tipo de cambio al que aspiran los opositores al Gobierno.
Hay un segundo factor que tampoco había sido sopesado adecuadamente: la capacidad de movilización del pueblo de derecha, que sorprendió a sus propios partidos. Este no salió a la calle ni amenazó, como en otros tiempos, con golpear las puertas de los cuarteles: en su lugar usó en plenitud los recursos que brinda la democracia. Pongámoslo en los siguientes términos: la primaria del 2 de julio fue para el pueblo de derecha lo que fueron las movilizaciones de 2011 para el de izquierda; el "No + lucro" dejó paso al "No + reformas".
Al pueblo de derecha, en contraste con otros momentos de la historia, no le es indiferente quién gobierne. Las primarias lo pusieron en evidencia. En parte porque se ha sentido amenazado por este gobierno, y teme a sus eventuales sucesores. Y en parte también porque se ha dado cuenta ahora de que su vida es mejor, o al menos más tranquila, con alguien como Piñera en La Moneda. Cuando este la ocupó quizás no le pareció tan claro, pero después de pasar por la experiencia de Bachelet ha aprendido que quien la ocupe hace una diferencia fundamental.
La derecha cuenta además con una nueva generación que tuvo la ocasión de saborear lo que es tener el poder por vía democrática. La experiencia le gustó y la quiere repetir. Su deseo es el principal activo que posee la derecha chilena en estos días, en especial cuando se la compara con lo que sucede en la vereda opuesta, con un oficialismo sumido en el fatalismo. Pero una cosa es el deseo y otra la alucinación. Las primarias fueron un triunfo para la derecha, pero tampoco hay que exagerar. Votó solo trece por ciento de los potenciales electores. Por lo mismo, aún falta mucho para destapar champagne . Más aún si, como hemos visto en otras latitudes, en poco tiempo y a partir de eventos aparentemente triviales puede girar violentamente la rueda de la fortuna.