Se reconoce el talento de un anfitrión al momento de cruzar el umbral de su puerta", dice Balzac en uno de los aforismos de su "Tratado de la Vida Elegante", uno de los tantos libros que pude descubrir casualmente, de niño, en mi casa, alimentando mi asombro, mi juicio y mis recuerdos. Del mismo modo descubrí el panorama infinito de la música, el de la fotografía, el de las artes plásticas y las manualidades. En la vieja casa ñuñoína donde me crié se albergaban mundos dentro de mundos, y yo pude navegar entre ellos: libros, revistas, discos, álbumes fotográficos, diapositivas, recuerdos de familia y de viajes, artículos de arte, herramientas, todos ordenados en repisas, anaqueles, gabinetes y bodegas. Yo heredé algunos de esos tesoros, que hoy no solo me sirven todavía, sino que me conectan con los días felices de mi infancia.
En mi casa hoy me reprochan dulcemente acumular libros y objetos. No es una simple acumulación,
contesto; es mi memoria hecha materia. Dejando a un lado el caso de libros y música, donde el sentido del recuerdo y del placer de la repetición parece evidente, detrás de cada objeto recolectado en la vida, ya sea para gozarlo con la vista o para desaparecer relegado en un cajón y reaparecer por accidente, hay una novela completa. Me gusta el vidrio, la porcelana, las piedras, las conchas marinas, pequeñas antigüedades y obras de arte, pequeños bronces, hallazgos de almacén de pueblo, cajas, timbres de goma; conservo regalos, cartas, estampas, fotografías, invitaciones,
programas y catálogos... En esa acumulación de estímulos, un laberinto de donde solo yo podría emerger incólume, hay una semblanza de mi propia vida. He pensado que en algún momento podría escribir la historia que hay detrás de cada ítem y ya ese relato bastaría para quien quiera conocerme, y para redimirme en casa...
Cuando los objetos tienen significado, una historia oculta, un valor más que intrínseco, entonces la atmósfera del hogar es un reflejo de la vida misma y ejerce una fascinación en el visitante y un profundo bienestar en el habitante. Imagino que Balzac se refiere, en su aforismo, no tanto al lujo y al buen gusto, sino a una dimensión más pura y profunda del buen vivir: el goce de la existencia, manifestado en nuestro entorno material del modo más honesto, auténtico y espléndido posible.