Se viene la primera parte del fin de "Game of Thrones", y lo que espero de esta serie de HBO es que, aunque sea en este trance final, se trate menos de un circo romano donde mueren, en la arena de la trama, los personajes más inesperados -y casi siempre más queribles-, y más de una narración confiada en la épica de su propia historia.
Espero que en los efectismos, chayas y fuegos artificiales que han servido para dejar la boca abierta, como la Boda Roja (esa matanza impensada en el matrimonio de uno de los hijos de Stark) o la muerte y resurrección de Jon Snow, sean dejados atrás, como meros recursos, y que en los siete episodios que veamos a partir del 16 de julio el relato juegue un papel crucial, sin vueltas de carneros.
Espero que el jovencito del cuento, Jon Snow, sea aprovechado al máximo, dramáticamente hablando, y que en esta temporada pueda descubrir el secreto de su verdadera identidad, porque, algo me dice, el Trono de los Siete Reinos y su figura podrían estar destinados el uno con el otro.
Espero que los temibles Caminantes, esos zombies aterradores que están confinados más allá del Gran Muro, desencadenen algo más que miedo. Para eso, según las teorías conspirativas rezan, lo más probable es que una facción del Gran Muro caiga quizás por el bramido sorpresivo del Cuerno de Invierno, una de las "armas atómicas" que habitan en esta tierra de fantasía creada en los libros por George R.R. Martin y entre las que se cuentan los dragones: piezas claves y vistas de manera aterrizada, nada de fantasía volátil, en este ajedrez y juego de estrategia que se desinfló harto a mitad de su arco dramático y que, afortunadamente, tiene dos temporadas más para recuperar el terreno perdido.
Espero que el choque de las dos reinas en disputa en esta fase final (en esta temporada o en la última-última) esté a la altura de las expectativas, y que Daenerys Targaryen, con su flota y dragones a su favor, ponga en su lugar a la gran villana que es Cersei Lannister, sentada en el Trono de Hierro. Aunque, hay que ser claros, a estas alturas no hay mucha pureza ni bondad en el mundo de "Game of Thrones": es un gran reino de almas grises y en pena.
Espero que mi héroe, Tyrion Lannister, ese pequeño gran hombre, deje de ser un ente reflexivo y pare su discursiva solemnidad de pasadas ediciones -por favor, no más vueltas por la ciudad- y asuma sin complejos su calidad de mejor personaje de la saga por lejos: alguien no solo consciente de los tiempos en los que vive, sino que un hombre de armas tomar.
Y, finalmente, espero que el invierno llegue al fin y congele el sadismo a veces gratuito de George R.R. Martin.
Sí, queda claro, "Game of Thrones" es una guerra estilo medieval, mezclada con una "realista" fantasía tipo "El señor de los anillos" hipersexual. Es decir, para adultos. Pero adulto no significa shockear por shockear a cada momento. Hace falta enfriar las cosas para dar la bienvenida al mejor drama del que, esperamos, pueda dar esta grandiosa superproducción.