Un mundo huérfano , primera novela del colombiano Giuseppe Caputo (1982), viene precedida de tales encomios, tanto por parte de la crítica como de escritores consagrados, que resulta difícil abordarla con algo de serenidad: los calificativos son arrebatados, extáticos, sobredimensionados hasta la exageración. Tal vez lo que ha entusiasmado hasta el delirio a quienes firman reseñas sobre esta obra es el carácter terminal de ella, vale decir, el hecho de que Caputo transforme el género novelístico en un experimento constante, que no termina nunca y se sostiene al borde de lo comprensible por más de 200 páginas, por lo que leer esta ficción a veces es una tarea cuesta arriba. Sin embargo,
Un mundo huérfano ya va en la cuarta o quinta edición, lo que quiere decir que también ha atraído a un público un tanto masivo. Pero es bien posible que esto último se deba a otro tipo de motivos, motivos extraliterarios: la desbocada virulencia sexual del relato, aun en estos tiempos tan permisivos, podría ser una razón de peso para sumergirse en algunas de las secuencias más obscenas que se han escrito ahora último en idioma español.
Un mundo huérfano no tiene argumento propiamente tal y su único hilo conductor es la relación entre un hijo sin nombre y su padre, siempre llamado Papi, quienes subsisten en un barrio oscuro, peligroso, derruido, sin faroles, a orillas del mar, en un lugar geográficamente indeterminado. Los giros idiomáticos permiten adivinar que ambos viven en una localidad de Colombia. Los acorralan la pobreza, la soledad, la violencia, aunque siempre se tienen uno al otro, con un amor profundo, una dependencia mutua rayana en la histeria, un lazo aparentemente indestructible que los va a mantener juntos. Al comienzo, su situación es tan mala que parece imposible que empeore, si bien eso es exactamente lo que sucede capítulo tras capítulo. En un panorama que semeja un sombrío texto de ciencia ficción -aterriza la Luna y se convierte en alguien que podría ser hombre, mujer o hermafrodita, los árboles adquieren rasgos humanos, los animales mutan sin parar- los protagonistas no tienen nada para comer, los amigos del narrador -Simón, Garbanzos, Ramón-Ramona- deambulan en torno a un bar de mala muerte donde se ejerce la prostitución casual, en fin, el deterioro parece carecer de todo límite. En este sentido,
Un mundo huérfano podría ser una suerte de metáfora de la irremisible decadencia urbana que nos acecha por todas partes, sobre todo en los países latinoamericanos. Y como es evidente que Caputo ha decidido de antemano que todo puede ser peor, Papi y su vástago tienen que mudarse de casa, porque ya no pueden pagar la que ocupaban: tal acontecimiento deviene pesadilla, pues el chofer del camión que transportaba sus efectos personales los deja botados antes de arribar al nuevo domicilio, la policía interviene de malas maneras y surge una vecina, más empobrecida que ellos y más loca que una cabra, con la diferencia de que les predica los Evangelios. Por cierto, su versión del Nuevo Testamento es tan sui géneris, tan disparatada, tan absurda, tan grotescamente erotizada, que nada sacaremos en limpio de su peculiar espiritualidad.
Lo anterior es solo una forma de buscar algo parecido a una historia en un volumen sin historia, sin trama, sin nada que parezca cualquier cosa que uno espera de un trabajo novelístico.
Un mundo huérfano se divide en seis secciones y la más problemática y extensa de todas es la tercera, titulada "La ruleta". Se trata de un sitio de sexo virtual para hombres a quienes les gustan los hombres y, por descontado, tenemos un sinnúmero de intercambios sumamente explícitos entre el chico que narra en primera persona y todos cuantos quieran participar con él en estos juegos. Hasta aquí todo sería diversión si a Caputo y a su héroe les bastara con esta simplona oferta de internet. No obstante, nada de esto es suficiente. En forma paralela al formato digital, se desarrollan las experiencias del muchacho en un baño turco y de aquí en adelante
Un mundo huérfano pasa a ser pornografía pura y dura. Ahora las escenas son dignas del marqués de Sade, Sacher-Masoch u otras que se pueden hallar en cualquier tienda especializada en ese rubro, donde se venden películas, videos, revistas y toda clase de artículos para satisfacer este tipo de necesidades. En otras palabras, Caputo no entrega ninguna novedad en lo excesivo, lo inflado, lo abrumador y, preciso es decirlo, lo terriblemente aburridoras y monótonas que resultan las aventuras genitales de este personaje. Con todo, hay algo más serio o grave, dependiendo del punto de vista con que se le mire: por más que Un mundo huérfano pretenda ser una ficción limítrofe, esto es, sin intriga visible, no se divisa razón alguna para la agobiadora indecencia que encontraremos a partir de "La ruleta". Por consiguiente, tanta actividad carnal, tanto despliegue seudoerótico, tanta gimnasia sensual son completamente gratuitos e injustificados.
Un mundo huérfano presenta, además, otros problemas: los incidentes, si es que puede hablarse de tales, son intercambiables; la progresión dramática es nula, por no decir inexistente y de más está decirlo, recordar algo de lo que sucede en este tomo tan embrollado puede ser agotador. Sea como fuere y nos guste o no nos guste, Caputo es otro de los tantos ejemplos que hoy por hoy muestran las variables y derivaciones de nuestra narrativa contemporánea.