Galería Patricia Ready nos presenta cuatro artistas peruanos de verbas suficientemente diferenciadas. Para comenzar, la instalación de los mellizos José Luis y José Carlos Martinat rebalsa la sala principal y se expande al ancho pasillo lateral. De ese modo, una larguísima fila de camisetas blancas, infladas artificialmente por el aire de ventiladores y donde cada una personifica, impresos, atributos positivos o negativos del ser humano, nos invita a seguir un recorrido. Serían el símbolo de distintas clases de hombre, a través de unas vidas derrotadas. Los obstáculos a enfrentar por ellos se materializan en una especie de pista para perros con sus distintos obstáculos y vallas. En cambio, el supuesto escenario natural, representado mediante dos rocas de cerámica y un par de plantas de pita, cubiertos todos de inscripciones y de textos bastante triviales, constituye un exceso de elementos secundarios que añaden obviedad y quitan unidad al conjunto. Y esta limitante se intensifica aún más con la concurrencia, de gusto dudoso, de unos engendros de animales en greda, tricéfalos o en violento mestizaje zoológico. Se nos brinda, pues, un trabajo en el cual prima la espectacularidad antes que la calidad.
Mayor interés plástico ostenta la escultura en formato grande de Andrés Marroquín. Sin necesidad de recurrir a los recargados medios anteriores, nos propone manchadas escaleras usadas por pintores, simplemente dispuestas unas sobre otras, formando un volumen más o menos bien equilibrado, si bien las superficies y ángulos de visión emergen disparejos. Su atractivo estaría en el maridaje entre
pop art y abstracción. Acaso su actual y transitoria ubicación al aire libre proporcionaría el mejor punto de vista, observándola a través del tupido ramaje proporcionado por el bosquecillo exterior de la galería.
El altillo de este mismo centro de exposiciones acoge otra ejecución peruana. Corresponde a la de Giancarlo Scaglia. Su relato conmemora un hecho trágico sucedido, no hace muchos años, en el recinto carcelario de una isla situada en la bahía de Lima. Para ello ha recurrido a restos pequeños de escombros con trazos de balas, a un objeto -el librito de apuntes- y a pinturas. Dos de estas últimas, las figurativas, resultan lo más atractivo de la instalación. Una es un amplio paisaje marino del lugar, mientras la otra -la que nos parece más valiosa- registra un muro parcial de la prisión, con sus grafitis y una mancha circular, huella evidente de ametralladora, que Scaglia convierte en feroz eclipse solar. Asimismo asocia los abundantes agujeros de los balazos, pintados e impresos sobre papel, con las constelaciones astrales de los aleatorios cuadros en blanco y negro.
Sala de Arte CCU recurre a obras de su colección (período 1981-2016), para ofrecer un grupo de realizaciones alrededor del concepto, hoy bastante a la moda, de territorialidad. La mayoría de sus 19 autores resultan nombres conocidos, más o menos jóvenes todavía. Si de ellos vemos algunos trabajos por primera vez, más importa la concurrencia de dos o tres artistas nuevos. Es el caso, ante todo, de Francisca Benítez. Mediante la técnica del frotado con lápiz nos muestra placas, cuyos letreros establecen límites de territorio. Vigor visual y delicadeza se aúnan en su políptico de grises. Asimismo, está el amplio dibujo con bolígrafo, sin color y sobre papel, de Javier Rodríguez; muestra un trío de muchachos botados en el suelo. Esta vez, en cambio, Ximena Zomoza y Voluspa Jarpa intervienen marcos. La primera, por intermedio de una lámpara y de personajes pintados de álbum viejo; interrumpiendo el encuadre con la callada violencia de sus características figuras negras, la segunda.
Entretanto, Carlos Montes de Oca sorprende con un ensamblado de objetos: corona en cada esquina una muy verde banqueta de estilo con muñecos olímpicos. Por su parte, Alejandro Quiroga exhibe el más enigmático de los baúles con signos tallados, haciéndonos dudar de si se trata de un ataúd o de un ara ceremonial. Dos contrapuntos fotográficos entre la masa cerrada de edificios y una caja de cartón sin armar aporta Cristián Silva-Avaria. De obras bastante vistas con anterioridad, recordemos la fúnebre Penitenciaría de Enrique Zamudio y la réplica embellecida de la carretilla luminosa, de Iván Navarro.
Infografía del aprendizaje
Instalación superpoblada de los hermanos Martinat
Herramienta pictórica Andrés Marroquín y su escultura con escaleras superpuestas
Poéticas del resto
SupernovaPinturas y restos conmemorativos de Giancarlo Scaglia sobre una prisión limeña
Lugar: Galería Patricia Ready
Fecha: hasta el 14 de julio
La segunda naturaleza
Muy variado conjunto de 19 autores, que abordan territorios
Lugar: Sala de Arte CCU
Fecha: hasta el 28 de julio