Las encuestas políticas no suelen fallar en Chile. Hoy proyectan a Sebastián Piñera como el único candidato que puede derrotar a Alejandro Guillier, representante de la izquierda oficialista, convertida en Unidad Popular 2.0 ahora sin la DC, o a Beatriz Sánchez, rostro de la izquierda jacobina, de reminiscencias setenteras, que en una primera vuelta podría desplazar a Guillier. Lo demás, eso de que en la centroderecha existe otro candidato competitivo (y lo digo con el respeto que me merece Felipe Kast y la zozobra que me causa el estilo de Manuel José Ossandón) es pecar de ingenuo.
Lo que está en juego en este día es si Piñera representará a la centroderecha en las próximas presidenciales. Una eventual derrota suya abriría, siempre de acuerdo a las encuestas, de par en par las puertas para que acceda al poder Guillier, secundado por Guillermo Teillier, máximo líder del Partido Comunista. ¿O existe acaso hoy otro partido que ejerza tanta influencia en el oficialismo, cuente con idéntica disciplina o se la haya jugado a fondo por el senador por el norte como candidato?
Michelle Bachelet alcanzó la presidencia en 2014 basándose fundamentalmente en el carisma, la simpatía y el aura de protección social que irradió en su campaña, de la cual procuró mantener alejados a los partidos políticos. Cuando su popularidad comenzó a disiparse, buscó cierta cercanía con ellos, y constató cuánta estabilidad y respaldo le brindaba el PC, algo que posteriormente la llevó a menudo a actuar más bien como militante de ese partido que del PS o una izquierda renovada.
Guillier no cuenta con un capital político semejante. Es cierto que lo tuvo en un inicio, descollando como novedad, lo que le permitió desanimar a competidores, entre ellos a un estadista de la talla de Ricardo Lagos. Pero, al carecer de ese capital para su campaña y eventual gobierno, depende de un partido leal y disciplinado en el cual pueda confiar. Ese es y ha sido el partido de Teillier. Para la tienda de la hoz y el martillo, Guillier es un candidato ideal. Si bien el PC aplaude a Castro y Maduro, en Chile ha tenido el sentido de la oportunidad para convertirse, con apenas 5% de los votos, en el principal bastión de Bachelet. Por eso no es aventurado concluir que, bajo una administración de Guillier, el PC lograría mayor influencia que bajo Bachelet.
Imaginar a Guillier de Presidente y a Teillier de jefe de Interior, o a comunistas en cargos como los de Economía, Defensa o Cultura, no es fantasear, sino proyectar escenarios posibles. Estos implicarían que Chile profundizaría las reformas que lo han estancado y polarizado, se inclinaría más a la izquierda y se consolidaría como el vagón de cola del crecimiento dentro de la Alianza del Pacífico, donde fue un día estrella. ¿O alguien cree que, en un gobierno de Guillier, servirían de contrapeso al PC y las presiones jacobinas los sectores moderados de la DC, el PPD o el PS, o del partido radical? El panorama pinta definitivamente mal.
Pero un panorama de ese tipo sería preferible, desde luego, a uno que proyecte al Frente Amplio en el Gobierno. Las razones para afirmar esto son claras: sus líderes encabezan movimientos atomizados, son voluntaristas e hinchas del asambleísmo en desmedro de la democracia parlamentaria, priorizan las utopías y descuidan los presupuestos, despilfarrarían los fondos previsionales, y carecen de experiencia político-administrativa. Asimismo, son enemigos enconados del capitalismo, idealizan al Estado, no definen qué modelo aspiran a construir, son críticos de la globalización, y aun no pueden discernir si en Venezuela hay o no una dictadura.
Estas primarias nos recuerdan que cada uno es responsable por el país en que vive, que no hay país con futuro asegurado, ya que este se juega y redefine a diario, y que quienes se abstienen de la política deben resignarse a que otros decidan por ellos. Ejemplos abundan: en la década de 1950, Cuba era el país más próspero de la región y es trágico en qué ha desembocado; el próspero Uruguay se hundió en la década de los 70 en gran parte debido a la vía armada escogida por los tupamaros, lo que le costó decenios superar, y Venezuela, dueña de las mayores reservas de petróleo del mundo, no solo carece hoy de recursos para importar alimentos y medicinas, sino que se halla al borde de una guerra civil. Socialismo clásico, castrismo o Socialismo Siglo XXI han dejado una experiencia dramática y lamentable en el continente.
Quienes discrepan tanto del oficialismo como de la izquierda jacobina deberían participar este domingo en las primarias de Chile Vamos con la convicción de que su resultado puede contribuir a que los chilenos nos reencontremos, recobremos la fe en nosotros mismos y el futuro, y recuperemos el crecimiento económico, base imprescindible para construir un país más próspero, inclusivo, unido y justo.