Cuando uno ha tenido heridas en la infancia, en la vida adulta las transforma en rasgos que lo defienden de esas heridas sin que el sujeto sepa que no es "su forma de ser", sino una defensa que no controla.
Por ejemplo, hay jefes o personas a cargo de personal que no pueden perdonar una equivocación. Reaccionan con ira o dejan de darle responsabilidades a quien se equivocó. Como si fuera una afrenta a él. No piensan que tal vez ese trabajador está cansado o con problemas personales.
Hay hombres que no toleran que sus mujeres se vistan de manera "sexy". Lo sienten como una agresión personal, como si esa mujer estuviera buscando a un otro porque él no es suficientemente bueno. Puede suceder que la mujer esté insegura, se sienta vieja, quiera ser admirada. Nada tiene que ver con su marido, todo nace de necesidades propias.
Hay mujeres que no pueden ser frágiles, por temor a ser abusadas o consideradas poco valientes o con poca personalidad propia.
No se trata de que cada jefe o cada marido sea psicólogo experto en el inconsciente o necesite las historias clínicas de quienes lo rodean. Se trata de una actitud de humanidad básica. Entender y vivir la vida propia y de los otros como algo complejo, donde las acciones públicas no siempre revelan lo obvio. Las motivaciones de cada ser humano son, muchas veces, maneras de controlar o soportar impulsos que no vienen del consciente, sino de la historia oculta, a veces aun para el protagonista.
Es obvio que cada ciudadano es responsable de sus acciones públicas, sean cuales fuesen su pasado y sus traumas no resueltos. La vida sería un caos si no fuera así.
Pero también es posible que cada uno sepa que las motivaciones propias y ajenas no son siempre las evidentes, y que los juicios que se emitan sobre el resto ojalá tengan la benevolencia de considerar que hay mundos invisibles, que determinan mucho de lo que somos.
He notado con preocupación la facilidad con que emitimos juicios sobre otros. El "pelambre" suele ser lo más corriente. Si cada uno de nosotros se atreviera a hablar en primera persona y decir "me irrita tal o cual aspecto de la fulana o el fulano", al menos estaríamos haciéndonos cargo de que es nuestra percepción o intolerancia o preferencia la que provoca el sentimiento de rechazo o rabia. Lo grave es olvidar que el otro, como yo, tiene una historia y un inconsciente que determina gran parte de lo que es.