Retrovisor, primer libro de Mónica Drouilly, es una buena noticia literaria en un sentido amplio y también en un sentido más restringido, o sea, en lo referente al debut de esta autora. Demuestra que el mal llamado género breve continúa vigente entre nosotros mostrando calidad, diversidad e inventiva y que con regularidad surgen voces que saben cómo abordarlo. En cuanto a Drouilly, se trata de una escritora que sorprende positivamente. Posee dominio del lenguaje, lo cual significa que medita cada palabra, cada frase, cada cuento con mucho tiempo antes de darlo por terminado, de modo que el producto final es por lo general satisfactorio. Además, sus intereses son múltiples, vagos, a veces extraños y se expresan en obsesiones por lo japonés, por un tipo de literatura poco divulgada, por la moda, los emblemas del pop y una terminología especializada, por fetiches tales como muñecos y por una serie realmente vasta de temas. Así, aunque los siete relatos de
Retrovisor son parecidos y de cierta forma uniformes, siempre hay variedad y puntos de vista diferentes en cada uno de ellos. En lo relacionado con el estilo, Drouilly es pareja, si bien esto no quiere decir que sea monocorde: puede adoptar un tono clínico y desapegado, reflejar el entendimiento humano en forma desconcertante, por momentos apasionada o proporcionar una visión genuina y original a partir de situaciones domésticas pedestres. La renuncia total al diálogo es otra característica presente en cada una de las piezas que componen esta colección: se trata de una apuesta arriesgada -los intercambios personales suelen jugar en favor de la liviandad y la entretención- que Drouilly asume sin vacilación y, para ser francos, le resulta. De hecho, hay que revisar el volumen para darse cuenta de esto, que pudo haber sido una carencia y se tradujo en un plus.
"Nuestra amistad era hermosa como un abismo. El atractivo del vértigo era el elemento magnético de su personalidad. Así fue cuando nos conocimos. Era esa sensación la que quería revivir cuando lo invité a casa y le di una copia completa de mis llaves. Porque al volver del trabajo me gustaba hablar con Miguel de lo que habíamos hecho durante el día. Después de un rato ya estábamos conversando de nuestras últimas lecturas o haciendo análisis crítico del discurso a las conversaciones de oficina. Así pasamos las primeras semanas de nuestra convivencia".
Este fragmento proviene de "Antónimos", un episodio en el que desde la partida sabemos que las cosas no van a salir como cualquiera puede esperarlo cada vez que dos jóvenes deciden compartir techo: aquí no hay absolutamente nada romántico y sabemos que la narradora decidió llevarse a Miguel para instalarse en su departamento por error, si bien nunca entenderemos en qué consistió tal error. Lo que los une es la etimología y la fonética, hay alusiones a Foucault, Deleuze, Derrida y otros maestros, más una velada tomadura de pelo a los cursos de literatura. La tendencia se acentúa en "Dolor exquisito", que desarrolla la manía de la protagonista por comprender ese concepto y por la performista francesa Sophie Calle, lo que la lleva a buscar sus obras en todos los sitios virtuales habidos y por haber, para finalizar teniendo ejemplares en idiomas extranjeros.
"Retrovisor" y "Domésticos" tienen en común el asunto de las mascotas, aun cuando en el primer caso sean figuras de peluche y en el segundo un perro de verdad. "Retrovisor" está narrado en orden inverso y al principio los gatitos parecen ocupar enteramente el espacio de la trama, hasta que se nos conduce a un desenlace inesperado y violento, que explica el título y de manera celérica aparece una trágica víctima humana, que nada tiene que ver con juguetes. Lucas y Ana son los héroes de "Domésticos", si no la mejor, una de las más logradas aventuras de esta antología. Un buen día, Lucas se encuentra con un letrero mediante el cual se busca a Samy, cachorro por el cual se ofrece una recompensa. Sin pensarlo dos veces, contacta a la dueña, pero antes de decirle nada, corta la comunicación. Ana, por su parte, pertenece a la clase de personas para las cuales "no tomar decisiones es una manera de tomar decisiones" y fue en ese estado de ánimo cuando aceptó el regalo de Samy. Ni Lucas ni Ana llegan jamás a verse, pero de manera efectivamente fantasiosa los papeles cambian y quien nunca perdió a un animalito regalón se transforma en alguien diseñando avisos para encontrarlo.
"Croquis estival con brisa leve" expone detallada e irónicamente el interés de Drouilly por la filosofía y el arte nipón. Otro joven, también llamado Lucas, asiste a un curso de Arte Oriental como ramo optativo previo a sus estudios para un magíster en astronomía. Por decirlo de un modo suave, nada es lo que parece al principio y el ramo, si es que no es una estafa menor, parece tan elemental como un estudio por correspondencia. En forma repetitiva, aun cuando siempre con variables, se nos ofrece la definición de lo que es un haikú y cómo "la historia académica de Lucas está estrechamente ligada a internet": es ahí donde busca las fuentes para el trabajo final. Para su asombro, todos sus compañeros obtienen muy buenas notas, salvo una, que es sobresaliente y que solo explica vaguedades sobre su disertación.
En síntesis,
Retrovisor conforma una recopilación amena, singular y de grata lectura, sobre todo para quienes gustan de sumergirse en universos estrafalarios e inusuales.