Si a Jorge Valdivia, con casi 34 años a cuestas, le aguanta el físico, Colo Colo debería marcar diferencias casi inalcanzables en el medio local. Y ojo, que decir que le va a dar el físico significa que juegue a lo menos un tiempo por partido. En otras palabras, que sea capaz de jugar medio campeonato, pero durante todas las fechas.
La suficiencia futbolística del volante basta y sobra para un torneo donde las individualidades son escasas, pero ampliamente exitosas. Valdivia gozará de la ventaja de jugar en un equipo que funcionará para él, de rivales que no podrán maltratarlo como quisieran, porque los árbitros no los dejarán y de un especial cuidado del cuerpo técnico en torno a conservarlo en un estado óptimo y no extremar su esfuerzo durante la semana.
Valdivia, entonces, llegará al mejor Colo Colo que él pudo haber imaginado antes de su retiro. Con un sueldo millonario (fuera de todo análisis razonable para el medio chileno), con una dirigencia que ya se le rindió a los pies antes de que firmara el contrato, con una hinchada incondicional que difícilmente lo va a criticar aunque no dé pie con bola y un entorno que le agradecerá la salida oportuna en los puntos de prensa, el comentario mordaz hacia los archirrivales y la disposición, por lo menos de palabra, a sacrificarse más allá de los límites por ganar una nueva corona y volver a poner al club en la figuración internacional.
Pero la euforia que ha provocado la llegada de Valdivia no puede hacer que el mismo exultante hincha se desentienda de la partida de Justo Villar, el futbolista más decisivo que tuvo Colo Colo en sus dos últimos títulos nacionales. La oprobiosa forma en que Blanco y Negro ha desvinculado al arquero paraguayo refleja, en su lado negativo, el mismo peligroso fanatismo que ha rodeado la contratación de Valdivia. Y así como el volante chileno ha sido recibido con todos los honores, Villar ha sido objeto de un adiós infame.
Como pocas veces en las últimas décadas, Colo Colo ha tratado sin la mínima consideración a un jugador que se convirtió en líder dentro del camarín y referente en la cancha, y que ante su ausencia producto de una grave lesión, demostró que era tan o más desequilibrante que el mismísimo Esteban Paredes, su máxima figura.
El despido del portero, más acorde a una represalia por su cercanía al dirigente opositor Leonidas Vial que a una decisión técnica adoptada por el "sorprendido" Pablo Guede, no tiene doble lectura respecto del mensaje que el actual gobierno albo comandado por Aníbal Mosa quiere advertir: se está con él o se está contra él. Villar fue consecuente con su ideario y también por eso será recordado.