En vez de la tediosa "franja", gozo con la estupenda serie para televisión producida en el Reino Unido e Italia que gira en torno de esta célebre familia toscana que a partir del siglo XIV dominó la política y la vida cultural de Florencia en plena época del Renacimiento italiano. La primera temporada se centra en el ascenso de la familia, cuyos miembros están convertidos ya en poderosos banqueros en Italia y toda Europa, y en cómo, en lucha con la nobleza tradicional, llegan a controlar "la Signoria" y a ser los grandes promotores de las artes y las letras que hoy reconocemos. El protagonista es Cosme el Grande o "Il vecchio", que, muy joven, asume el mayorazgo de la familia. La serie, por cierto, no es inocente: los Medici aparecen como unos paladines de la libertad y de los derechos de la naciente clase media contra la antigua élite aristocrática, y su contribución al Renacimiento italiano -innegable y magnífica- se agiganta en demasía hasta extremos históricamente dudosos.
El Renacimiento italiano sigue siendo de interés para los historiadores hasta hoy y un ejemplo de ello es el inteligente y fundado ensayo del inglés Peter Burke, que lleva ya varias ediciones. Sin negar, por cierto, la importancia de los grandes individuos -es demasiado patente-, se concentra, en cambio, en exponer los elementos culturales comunes, las fuerzas sociales y económicas, las actitudes y valores nuevos que hicieron que, en su conjunto, se abandonaran códigos y convenciones antiguos -los medievales- y se innovara, dando lugar a nuevos códigos y convenciones que, a su vez, se convirtieron en una tradición que dominó la cultura en varios ámbitos hasta el siglo XIX. Burke revisa con esmero la compleja y tensa relación entre patronos o comitentes y artistas y humanistas, analizando las tres razones que llevaban a efectuar el encargo: la piedad religiosa, el prestigio y el placer, y da ejemplos de cómo este último, el aprecio voluptuoso, casi como cuando se está enamorado, por la obra de arte y el desarrollo de las letras no tiene parangón en los mil años anteriores. En la amplitud y grandeza de este deseo jugó, al parecer, un papel esencial la educación humanista de los mandantes. Sin esta, los Medici no habrían sido los Medici que fueron; sin esta, en el que tiene los medios para hacer el encargo no nace ese deseo imperioso por lo bello, lo grande y lo profundo. Es ese impulso el que convierte el dinero en obras de arte, erige catedrales y embellece las ciudades. ¡Cuánto hace falta en Chile un poco de ese espíritu! Lo hubo antes, pero hoy parece que los poderosos, incluyendo al Estado, carecen de esa pasión magnánima por el arte. No hay lugar ni siquiera para una sombra de los Medici en Chile.