La alegría está escasa. Al menos esa alegría espontánea, contagiosa, que nos dice que en la vida hay tanta cosa para gozar.
Está escasa porque hay otras cosas más importantes para sobrevivir en este convulsionado mundo. Hay que ser empeñosa, hay que cumplir muchos, muchos deberes y hay que estar atenta a no violar las normas que se nos imponen para poder pertenecer a un grupo dado.
El problema es que la alegría no se compra ni se vende. Peor aún. No se regala. Tenemos que construirla.
Se requiere audacia para hacerse cargo de esa construcción, porque la alegría se relaciona fuertemente con la libertad. Hay que ser un poco desobediente para ser alegre. Hay que tomarse la vida menos en serio, en el sentido que es verdad que no somos más que unos seres humanos llenos de defectos, llenos de miedo, depositarios de muchos fracasos y tristezas, y llenos también de oportunidades de alimentarnos de pequeños regalos.
En siglos anteriores, con enorme represión social, habían fiestas colectivas y privadas, donde la única condición era la alegría. Había que pasarlo bien. Con toneladas de alcohol, con mucho baile, mucho grito, mucha libertad. ¿Quién va a fiestas hoy en forma regular? Poca gente. ¿Qué fiesta colectiva está en las calles invitándonos? Ninguna.
Porque hay tantas cosas importantes que hacer y cumplir que nadie construye alegría como construye saber, familia, relaciones, emprendimientos, etc. Y porque, sobre todo en sociedades como la chilena y en sus grupos dirigentes, hay algo medio vulgar en la alegría. Se parece a la tontera, un poco. La gente seria no está supuesta a ser alegre. Puede ser divertida, pero no alegre.
Bien, volvemos al tema más preocupante: la depresión. El mejor antidepresivo del mundo es la alegría. Pero quien está deprimido siente que no tiene acceso a ella, que no puede sentirla. O sea, estamos proscritos de lo que más necesitamos.
Si estamos tristes o "depre" hay que construir mini alegrías para ir saliendo de ese terreno doloroso, muy de a poco, sin grandes expectativas. La pregunta del millón es: "¿qué me produce alegría?" Y ponernos a buscar y a construir pequeños instantes. No es fácil, pero es necesario. Y requiere libertad. Porque a veces las respuestas a qué será que nos puede producir un poco de alegría son tan banales que las desechamos.
No busquemos felicidad si no tenemos acceso a la alegría.