"En las democracias se respeta la expresión libre de la voluntad popular. Incluso si esta es indescifrable". Así lo reconocía el editorial de Le Monde tras la imprevista derrota de los conservadores británicos. Pero el juicio aplica a lo que está ocurriendo con la política en todo el mundo, la cual dejó de responder a los cánones establecidos en la segunda mitad del siglo 20, y junto con esto, a las predicciones de los analistas.
Partamos por lo más inmediato, el fiasco de Theresa May. Convocó a elecciones para robustecer su liderazgo pulverizando a un Partido Laborista tan escorado hacia la izquierda que parecía no tener posibilidad alguna de recuperar el respaldo electoral del que gozó en los tiempos de Tony Blair, y terminó perdiendo la mayoría absoluta, dependiendo del apoyo de un pequeño partido irlandés ultraconservador, levantando a los laboristas de Corbyn como una real alternativa y sembrando incógnitas sobre el futuro del Brexit. Un mes atrás nadie se habría imaginado un escenario semejante.
Miremos ahora a España. Aquí la debacle del PSOE parecía inexorable, ahogado por Podemos a su izquierda y Ciudadanos desde el centro, dislocado por sus pugnas internas y teniendo al frente a un Rajoy que contaba con el monopolio del sentido común. Pero las cosas cambiaron súbitamente. Podemos ha perdido su novedad, los escándalos de corrupción y la rebelión de Cataluña complican al gobierno, y Pedro Sánchez, quien fuera derrotado en las pasadas elecciones generales y defenestrado de la secretaría general, ha ganado por paliza las elecciones internas del PSOE y se levanta como una figura que podría renovar la política española, más ahora tras la estela que deja el triunfo de Corbyn en Gran Bretaña. Algo similar parece estar en curso en Italia con otro "renacido", el ex Primer Ministro Mateo Renzi.
En Francia, el "tsunami" Macron ha seguido su curso. Ganó la elección presidencial a pesar de -o quizás gracias a- no tener un partido, invocar el sueño europeo y ofrecer reformas liberalizadoras. Cumpliendo lo prometido formó un gobierno mezclando izquierdistas y derechistas, dirigentes políticos y militantes de la sociedad civil, mujeres y hombres, viejos y jóvenes. En pocas semanas se irguió como una de las más fulgurantes figuras de la escena mundial, enfrentando a Putin en defensa de la democracia y a Trump en defensa del planeta, devolviendo a Francia y los franceses una autoestima que creían perdida para siempre. Todo eso se coronó con un triunfo sin precedentes en las elecciones parlamentarias del domingo en base a candidatos novatos electos por su apoyo al Presidente, consagrando la debacle de los socialistas y el retroceso de la ultraderecha. Esto da a Macron mayoría absoluta para aprobar su ambicioso paquete de reformas que incluyen, entre otras iniciativas, la moralización de la vida pública, la flexibilización del mercado laboral y el refuerzo de la defensa antiterrorista.
El triunfo del Brexit, seguido por el de Trump, dio la primera voz de alarma: las democracias se habían vuelto indescifrables. Pero la historia no había terminado, como lo muestran los eventos aquí mencionados, que estaban fuera del radar de los analistas más sesudos. Falta aún saber cómo será la reacción de la sociedad estadounidense ante los exabruptos de Trump, la cual podría ser otra fuente de sorpresas. Pero quizás no haya que mirar tan lejos y baste con observar sin anteojeras lo que sucede en nuestro propio suelo para constatar que la política de nuestros días, como admitiera Le Monde, se ha vuelto indescifrable. Enhorabuena.